Movimiento de los Focolares

Enero 2012

“Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde él está sentado a la derecha de Dios” Se comprende, entonces, la exhortación del apóstol: “busquen los bienes del cielo”. Es decir, traten de salir espiritualmente de este mundo, abandonen las reglas y las pasiones del mundo para dejarse guiar por los pensamientos y los sentimientos de Jesús. En efecto, “las cosas del cielo” significa la ley del Reino que Jesús trajo a la tierra y quiere ver realizada por nosotros desde ahora. ¿Cómo llevar a la práctica esta Palabra? En primer lugar, nos anima a no contentarnos con una vida mediocre, de medias tintas y componendas, y nos impulsa a encaminarla en la ley de Cristo. Nos invita a vivir y a asumir el compromiso de dar testimonio de los valores que Jesús nos trajo. En algunos casos se tratará del espíritu de concordia y de paz, en otros de servicio a los hermanos, de comprensión y de perdón, de honestidad y justicia, de corrección en el trabajo, de fidelidad, pureza y respeto por la vida. Como se advierte, la propuesta es tan amplia como la vida, pero para no quedarnos en vaguedades tratemos de poner en práctica la ley que, de alguna manera, sintetiza a todas: reconocer en cada hermano a Cristo y ponernos a su servicio. Por otra parte, ¿no es acaso lo que se nos pedirá al final de nuestra existencia? Chiara Lubich   Publicación mensual del Movimiento de los Focolares Este texto fue publicado en abril de 1988

Diciembre 2011

«¡Preparad el camino del Señor; abrid sendas rectas para él!» Si bien ésta es una palabra de alegría, también es una invitación a orientar de nuevo nuestra existencia, a cambiar radicalmente de vida. El Bautista invita a preparar el camino del Señor, pero ¿cuál es ese camino? Antes de salir a vida pública para iniciar su predicación, Jesús, anunciado por el Bautista, pasó por el desierto. Ése fue su camino. En el desierto, donde encontró una profunda intimidad con su Padre, también sufrió tentaciones, y de ese modo se hizo solidario con todos los hombres. Pero salió vencedor de ellas. Es el mismo camino que vemos luego en su muerte y resurrección. Jesús, que recorrió su camino hasta el final, se hace Él mismo «camino» para nosotros, que estamos en camino. Él mismo es el camino que debemos emprender para poder realizar hasta el fondo nuestra vocación humana, que es entrar en la plena comunión con Dios. Cada uno de nosotros está llamado a preparar el camino a Jesús, que quiere entrar en nuestra vida. Para ello es necesario enderezar las sendas de nuestra existencia de manera que Él pueda venir a nosotros. Es necesario prepararle el camino, eliminando los obstáculos uno a uno: los que pone nuestro modo limitado de ver las cosas, nuestra débil voluntad. Hay que tener el valor de elegir entre un camino nuestro y su camino para nosotros, entre nuestra voluntad y su voluntad, entre un plan que nosotros queremos y el que su amor omnipotente ha pensado. Y una vez tomada esta decisión, trabajemos para adecuar nuestra voluntad recalcitrante a la suya. ¿Cómo? Los cristianos realizados nos enseñan un método bueno, práctico e inteligente: ya, ahora. En cada momento, quitemos una piedra tras otra para que en nosotros ya no viva nuestra voluntad, sino la suya. Así habremos vivido la Palabra: «¡Preparad el camino del Señor; abrid sendas rectas para él!» Chiara Lubich


[1] Palabra de vida, diciembre 1997, publicada en Ciudad Nueva nº 340.

Noviembre 2011

«Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora». Con estas palabras Jesús nos recuerda sobre todo que Él vendrá. Nuestra vida en la tierra se terminará y empezará una vida nueva que ya no tendrá fin. Hoy nadie quiere hablar de la muerte… A veces hacemos lo que sea para distraernos, nos metemos de lleno en las ocupaciones cotidianas y llegamos a olvidar a Aquel que nos ha dado la vida y que nos la volverá a pedir para introducirnos en la plenitud de la vida, en la comunión con su Padre, en el Paraíso. ¿Estaremos preparados para el encuentro con Él? ¿Tendremos la lámpara encendida, como las vírgenes prudentes que esperan al esposo? Es decir, ¿estaremos en el amor? ¿O bien nuestra lámpara estará apagada porque, inmersos en las muchas cosas que hay que hacer, en las alegrías efímeras, en la posesión de bienes materiales, nos hemos olvidado de lo único necesario, que es amar? «Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora». Pero ¿cómo velar? Ante todo sabemos que vela bien precisamente el que ama. Lo sabe la esposa que espera a su marido que llega tarde del trabajo o que debe volver de un largo viaje; lo sabe la madre que está intranquila porque su hijo todavía no ha vuelto a casa; lo sabe el enamorado, que no ve la hora de reunirse con su amada… Quien ama sabe esperar aunque el otro tarde. Esperamos a Jesús si lo amamos y deseamos ardientemente el encuentro con Él. Y lo esperamos amando concretamente, sirviéndole, por ejemplo, en quienes tenemos cerca o comprometiéndonos a construir una sociedad más justa. El propio Jesús nos invita a vivir así en la parábola del siervo fiel que, mientras espera a su señor, se encarga de los criados y de los asuntos domésticos; y en la de los siervos que, en espera también de que vuelva su señor, se esfuerzan por sacar provecho de los talentos que han recibido. «Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora» Precisamente porque no sabemos ni el día ni la hora en que va a llegar, podemos concentrarnos más fácilmente en el hoy que se nos da, en el afán de cada día, en el presente que la Providencia nos ofrece para vivir. Hace tiempo me dirigí espontáneamente a Dios con esta oración que quisiera recordar ahora:

«Jesús, Hazme hablar siempre como si fuese la última palabra que digo. Hazme actuar siempre como si fuese la última acción que hago. Hazme sufrir siempre como si fuese el último sufrimiento que tengo para ofrecerte. Hazme rezar siempre como si fuese la última posibilidad que tengo aquí en la tierra de conversar contigo».

Chiara Lubich

 Palabra de vida, noviembre 2002, publicada en Ciudad Nueva nº 393.

Octubre 2011

«Sígueme» Jesús les había dirigido ya esta palabra a Andrés, Pedro, Santiago y Juan a la orilla del lago. Y la misma invitación, pero con otras palabras, le hizo a Pablo por el camino de Damasco. Pero Jesús no se detuvo ahí; a lo largo de los siglos ha seguido llamando a hombres y mujeres de todos los pueblos y naciones. Hoy también lo hace; pasa por nuestra vida, nos aborda en distintos lugares, de maneras diferentes, y de nuevo nos invita a seguirlo. Nos llama a estar con Él porque quiere entablar una relación personal, y al mismo tiempo nos invita a colaborar con Él en el gran proyecto de una humanidad nueva. No le importan nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras miserias. Él nos ama y nos elige tal como somos. Será su amor el que nos transforme y nos dé la fuerza para responderle y el valor para seguirlo, como hizo Mateo. Y para cada uno tiene un proyecto de vida, una llamada, un amor especiales. Lo percibimos en el corazón gracias a una inspiración del Espíritu Santo, o mediante determinadas circunstancias, o por un consejo o una indicación de alguien que nos quiere… Y aunque se manifieste de los modos más diversos, resuena la misma palabra: «Sígueme» Recuerdo cuando yo también sentí esta llamada de Dios. Era una mañana muy fría de invierno en Trento. Mi madre le pidió a mi hermana más pequeña que fuera a comprar leche a dos kilómetros de casa, pero hacía demasiado frío y no le apetecía ir. Mi otra hermana también dijo que no; entonces me ofrecí: «Voy yo, mamá», le dije, y cogí la botella. Salí de casa y a mitad de camino sucedió algo especial. Me pareció que el cielo se abría y Dios me invitaba a seguirlo. En el corazón sentí: «Entrégate completamente a mí». Era una llamada explícita a la que quise responder enseguida. Hablé con mi confesor y él me dio permiso para consagrarme a Dios para siempre. Era el 7 de diciembre de 1943. Nunca podré describir lo que mi corazón sintió ese día: me había desposado con Dios; podía esperarlo todo de Él. «Sígueme» Esta Palabra no se refiere solamente al momento de la elección determinante de nuestra vida. Jesús nos la sigue diciendo todos los días. «Sígueme», parece decirnos ante los deberes cotidianos más sencillos; «sígueme» en esa prueba que debo abrazar, en esa tentación que superar, en ese servicio que llevar a cabo. ¿Cómo responderle concretamente? Haciendo lo que Dios quiere de nosotros en el presente, que conlleva siempre una gracia especial. Este mes nos comprometeremos a entregarnos con decisión a la voluntad de Dios, al hermano o a la hermana que debemos amar, al trabajo, al estudio, a la oración, al descanso o a la actividad que debemos realizar. Aprendamos a escuchar en lo más profundo del corazón la voz de Dios, que habla también a través de la voz de la conciencia, y nos dirá en cada momento lo que Él quiere de nosotros. Y estemos dispuestos a sacrificarlo todo para llevarlo a cabo. «Concédenos, oh Dios, no sólo que te amemos cada día más, porque pueden ser muy pocos los días que nos queden, sino que te amemos en cada momento presente con todo el corazón, el alma y las fuerzas haciendo tu voluntad». Éste es el mejor sistema para seguir a Jesús. Chiara Lubich


 Palabra de vida, junio 2005, publicada en Ciudad Nueva nº 421.

Septiembre 2011

«Pero ahora tenemos que hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado».

Estas palabras son una invitación que Dios te dirige a ti y a todos los cristianos para gozar junto con Él, para celebrar y participar de su alegría por el regreso del hombre pecador, antes perdido y luego hallado. Y estas palabras, en la parábola, se las dirige el padre al hijo mayor, que había compartido toda su vida pero que, después de un día de duro trabajo, se niega a entrar en casa, donde se está festejando el regreso de su hermano. El padre sale al encuentro del hijo fiel como fue al encuentro del hijo perdido, y trata de convencerlo. Pero es evidente el contraste entre los sentimientos del padre y los del hijo mayor: el padre, con su amor sin medida y su gran alegría, que quisiera que todos compartieran con él; el hijo, lleno de desprecio y de envidia por su hermano, a quien no reconoce como tal. De hecho, al hablar de él, dice: «Este hijo tuyo que se ha gastado tus bienes». El amor y la alegría del padre por el hijo que ha vuelto ponen todavía más de relieve el rencor del otro, que evidencia una relación fría y, se podría decir, falsa con su propio padre. A este hijo lo que le importa es el trabajo y cumplir con su deber, pero no ama a su padre como un hijo. Se diría que más bien le obedece como a un amo.

«Pero ahora tenemos que hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado».

Con estas palabras Jesús denuncia un peligro en el que también tú puedes caer: vivir la vida para ser una persona respetable, buscar tu perfección y considerar a tus hermanos peores que tú. De hecho, si estás «apegado» a la perfección, te afirmas tú mismo, te llenas de ti mismo, estás lleno de admiración por ti mismo. Haces como el hijo que se quedó en casa, que enumera a su padre sus muchos méritos: «Desde hace muchos años vengo trabajando para ti sin desobedecerte en nada».

«Pero ahora tenemos que hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado».

Con estas palabras Jesús se opone a esa actitud que basa la relación con Dios sólo en observar los mandamientos. Pero una observancia así no es suficiente. La tradición hebraica también es consciente de esto. En esta parábola Jesús pone de relieve el Amor divino y muestra que Dios, que es Amor, da el primer paso hacia el hombre sin tener en cuenta si se lo merece o no, pues quiere que el hombre se abra a Él para poder establecer una auténtica comunión de vida. Naturalmente, como puedes comprender, el mayor obstáculo para Dios-Amor es precisamente la vida de quienes acumulan acciones, obras, cuando Dios querría su corazón.

«Pero ahora tenemos que hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado».

Con estas palabras Jesús te invita a ti a tener con el pecador el mismo amor que el Padre le tiene. Jesús te llama a no juzgar con tu medida el amor que el Padre tiene por cualquier persona. Al invitar al hijo mayor a compartir su alegría por el hijo hallado, el Padre te pide también a ti un cambio de mentalidad: debes acoger como hermanos y hermanas también a aquellos hombres y mujeres que solamente te inspirarían sentimientos de desprecio y de superioridad. Esto provocará en ti una verdadera conversión, porque te purificará de la convicción de ser mejor, te hará evitar la intolerancia religiosa y te hará recibir como puro regalo del amor de Dios la salvación, que Jesús te ha procurado. Chiara Lubich

 Palabra de vida, marzo 2001, publicada en la revista Ciudad Nueva nº 374 y en Palabras para vivir, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1981, pag. 79.

Agosto 2011

«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad».

Esta Palabra nos ofrece la clave de lectura de la vida de Jesús y nos ayuda a captar su aspecto más profundo y el hilo de oro que une todas las etapas de su existencia terrena: su infancia, su vida oculta, sus tentaciones, sus opciones, su actividad pública, hasta su muerte en la cruz. En todo instante y en cada situación Jesús buscó una sola cosa: hacer la voluntad del Padre; y la llevó a cabo de modo radical, no haciendo nada más que esa voluntad y rechazando incluso las propuestas más sugerentes que no estuvieran en total acuerdo con esa voluntad.

«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad».

Esta Palabra nos hace comprender la gran lección a la que apuntaba toda la vida de Jesús: que lo más importante es hacer la voluntad del Padre y no la nuestra; ser capaces de decir no a nosotros mismos para decirle sí a Él. El verdadero amor a Dios no consiste en buenas palabras, ideas y sentimientos, sino en la obediencia efectiva a sus mandamientos. El sacrificio de alabanza que Él espera de nosotros es el ofrecimiento amoroso a Él de lo más íntimo que tenemos, lo que más nos pertenece: nuestra voluntad.

«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad».

¿Cómo viviremos entonces la Palabra de Vida de este mes? Ésta es una de las frases que más pone de relieve el aspecto “contracorriente” del Evangelio por cuanto se contrapone a nuestra tendencia más arraigada: buscar nuestra voluntad, seguir nuestros instintos, nuestros sentimientos. Esta Palabra es además una de las más chocantes para el hombre moderno. Vivimos en la época de la exaltación del yo, de la autonomía de la persona, de la libertad como fin en sí misma, de la autosatisfacción como realización del individuo, del placer considerado como el criterio de nuestras opciones y el secreto de la felicidad. Pero conocemos también las consecuencias desastrosas a las que conduce esta cultura. Pues bien, a esta cultura basada en la búsqueda de la voluntad de uno mismo se contrapone la de Jesús, totalmente orientada a hacer la voluntad de Dios, con los efectos maravillosos que Él nos asegura. Entonces trataremos de vivir la Palabra de este mes eligiendo también nosotros la voluntad del Padre, es decir, haciendo de ella la norma y el motor de toda nuestra vida, como hizo Jesús. Nos lanzaremos a una divina aventura de la que estaremos eternamente agradecidos a Dios. Por ella nos haremos santos e irradiaremos a muchos corazones el amor de Dios. Chiara Lubich