Movimiento de los Focolares

Enero 2010

Del 18 al 25 de enero en muchas partes del mundo se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, mientras que en otras se celebra en Pentecostés.
Chiara Lubich solía comentar la cita bíblica elegida cada año para esta ocasión mediante la Palabra de vida del mismo mes.
Este año la frase bíblica para la Semana de Oración es
«Vosotros sois testigos de todas estas cosas» (Lc 24, 48). Para ayudarnos a vivirla proponemos este texto de Chiara como “llamada apremiante” a que nosotros, cristianos, demos juntos testimonio de la presencia de Dios en el mundo.

«¡Ésta es la morada que Dios ha establecido entre los seres humanos! Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo y Él será el Dios-con-ellos»

La Palabra de Dios de este mes nos interpela. Si queremos formar parte de su pueblo, deberemos dejarlo vivir entre nosotros.
Pero ¿cómo puede ser eso? Y ¿cómo saborear un poco ya desde esta tierra esa alegría sin fin que brotará de la visión de Dios?
Eso es precisamente lo que Jesús nos reveló; ése es precisamente el sentido de su venida: comunicarnos su vida de amor con el Padre para que la vivamos nosotros también.

Los cristianos podemos vivir esta frase ya desde ahora y tener a Dios entre nosotros. Tenerlo entre nosotros requiere ciertas condiciones, como afirman los Padres de la Iglesia. Para S. Basilio es vivir según la voluntad de Dios; para S. Juan Crisóstomo es amar como amó Jesús; para S. Teodoro Estudita es el amor recíproco; y para Orígenes es el acuerdo de pensamiento y de sentimientos para llegar a la concordia que «une y contiene al Hijo de Dios» .
En las enseñanzas de Jesús está la clave para que Dios habite entre nosotros: «Amaos unos a otros como ya os he amado» (cf. Jn 13, 34). El amor recíproco es la clave de la presencia de Dios. «Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros» (1 Jn 4,12), porque «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20), dice Jesús.

«Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».

Por lo tanto, no está tan lejos ni es inalcanzable el día que marcará el cumplimiento de todas las promesas de la Antigua Alianza: «Mi morada estará junto a ellos. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». (Ez. 37,27).
Todo se cumple ya en Jesús, que después de su existencia histórica, sigue estando presente entre los que viven la nueva ley del amor mutuo, es decir, la norma que los constituye en pueblo, el pueblo de Dios.
Esta Palabra de vida es, pues, una llamada de atención apremiante, sobre todo para nosotros los cristianos, para que demos testimonio de la presencia de Dios con el amor. «Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos» (Jn 13, 35). Vivir el mandamiento nuevo de esta manera pone las premisas para que se concrete la presencia de Jesús entre los hombres.
No podemos hacer nada si esta presencia no está garantizada, una presencia que da sentido a la fraternidad sobrenatural que Jesús ha traído a la tierra para toda la humanidad.

«Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».

Pero nos corresponde especialmente a los cristianos, aunque pertenezcamos a distintas comunidades eclesiales, mostrar al mundo el espectáculo de un solo pueblo compuesto por todas las etnias, razas y culturas, por mayores y pequeños, enfermos y sanos. Un único pueblo del que se pueda decir, como de los primeros cristianos: «Mira cómo se aman y están dispuestos a dar la vida el uno por el otro».
Éste es el “milagro” que la humanidad aguarda para poder seguir teniendo esperanza, y una aportación necesaria para el progreso ecuménico, para el camino hacia la unidad plena y visible de los cristianos. Es un “milagro” a nuestro alcance, o mejor dicho, al alcance de Aquel que, habitando entre los suyos unidos por el amor, puede cambiar la suerte del mundo y llevar a la humanidad entera hacia la unidad.

Chiara Lubich
Palabra de vida, enero 1999; publicada en la revista Ciudad Nueva, enero 1999.

“Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.” (Evangelio de Mateo, 5, 16)1

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La luz se manifiesta en las “buenas obras”. Resplandece a través de la obras buenas que hacen los cristianos.

Me dirás: no solo los cristianos hacen buenas obras. Hay también otros que colaboran con el progreso, construyen casas, promueven la justicia…

Tienes razón. Ciertamente el cristiano hace y debe también hacer todo esto, pero no es sólo ésta su función específica. Él debe hacer las buenas obras con un espíritu nuevo, ese espíritu que hace que ya no sea él que viva en sí mismo, sino Cristo en él.

El evangelista, de hecho, no piensa solamente en actos de caridad aislados (como visitar a los prisioneros, vestir a los desnudos o como todas las obras de misericordia actualizadas a las exigencias de hoy) sino que piensa en la adhesión total de la vida del cristiano a la voluntad de Dios, hasta hacer de toda su vida una buena obra.

Si el cristiano hace esto, él es “transparente” y la alabanza que surgirá por cuanto hace no llegará a él, sino a Cristo en él, y Dios, a través suyo, estará presente en el mundo. La tarea del cristiano es, entonces, dejar transparentar esa luz que lo habita, ser el “signo” de esta presencia de Dios entre los hombres.

“Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”

Si la obra buena de todo creyente tiene esta característica, también la comunidad cristiana en medio del mundo tiene que tener la misma específica función: revelar a través de su vida la presencia de Dios, que se manifiesta allí donde dos o tres están unidos en su nombre, presencia prometida a la Iglesia hasta el final de los tiempos.

La Iglesia primitiva daba gran importancia a estas palabras de Jesús. Sobre todo en los momentos difíciles, cuando los cristianos eran calumniados, entonces los exhortaba a no reaccionar con violencia. Su comportamiento tenía que ser la mejor refutación del mal que se decía en contra de ellos.

Se lee en la carta a Tito: “Exhorta también a los jóvenes a ser moderados en todo, dándoles tú mismo ejemplo de buena conducta, en lo que se refiere a la pureza de doctrina, a la dignidad, a la enseñanza correcta e inobjetable. De esa manera, el adversario quedará confundido, porque no tendrá nada que reprocharnos.”

“Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”

La vida cristiana vivida es luz también el día de hoy para llevar a los hombres a Dios.

Te cuento una anécdota.

Antonieta es de Cerdeña, pero por trabajo tuvo que ir a Francia, a Grenoble. Es empleada en una oficina donde muchos no tienen ganas de trabajar. Ya que es cristiana y ve en cada uno a Jesús, para servir, ayuda a todos y está siempre tranquila y sonriente. A menudo hay alguien que se enoja, levanta la voz y se desahoga con ella, tomándole el pelo: “Ya que tienes ganas de trabajar, toma, escribe también lo que me toca a mí”.

Ella calla y trabaja duramente. Sabe que no son malos. Probablemente cada uno tiene sus cruces.

Un día el jefe se acerca a ella cuando los demás no están y le pregunta: “Ahora tienes que decirme cómo haces para no perder nunca la paciencia, para sonreír siempre”. Ella se retrae diciendo: “Trato de estar calma, de tomar las cosas por su lado bueno”.

El jefe golpea con un puño el escritorio y exclama: “¡No, acá seguramente Dios tiene algo que ver, de otro modo es imposible! ¡Y pensar que yo no creía en Dios!”

Unos días después llaman a Antonieta desde dirección, donde le dicen que será trasladada a otra oficina “para que – explica el director – lo transforme como lo hizo con el que ahora está”.

“Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”

Chiara Lubich

1. Palabra de vida de agosto de 1979, publicada íntegramente en Essere la Tua Parola. Chiara Lubich e cristiani di tutto il mondo, vol. II, Città Nuova, Roma 1982, pp. 53-55.

2. Carta a Tito, 2, 6-8.

Noviembre 2009

¿Te causa impresión esta frase?
Creo que tienes razón al quedar perplejo y pensar todo lo que convendría hacer. Jesús no dijo nada al azar. Por lo tanto, es necesario tomar en serio estas palabras, sin pretender diluirlas.
Pero intentemos comprender su verdadero sentido desde Jesús mismo, desde su modo de comportarse con los ricos. Él frecuentaba también personas de buen pasar. A Zaqueo, que regala solamente la mitad de sus bienes, le dice: la salvación ha entrado en esta casa.
Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio, entre otras cosas, de que en la Iglesia primitiva la comunión de bienes era libre y por lo tanto que la renuncia concreta a todo cuanto se poseía no era un requisito.
Jesús no pensaba, entonces, en fundar solamente una comunidad de personas llamadas a seguirlo radicalmente, que dejan de lado toda riqueza.
Y sin embargo dice:

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.”

¿Qué es, entonces, lo que Jesús condena? Seguramente no los bienes de esta tierra en sí mismos, sino al rico que se apega a ellos.
¿Y por qué?
Es claro: porque todo le pertenece a Dios, y el rico en cambio se comporta como si las riquezas fueran propias.
En efecto, con facilidad las riquezas ocupan en el corazón humano el lugar de Dios y enceguecen, inducen a cualquier vicio. Pablo, el Apóstol, escribía: “Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos."(1)

Ya Platón había afirmado: “Es iposible que un hombre extraordinariamente bueno sea al mismo tiempo extraordinariamente rico”.

¿Cuál debe ser entonces la actitud de quien posee bienes? Se requiere que tenga el corazón libre, totalmente abierto a Dios, que se sienta administrador de sus bienes y sepa, como dice Juan Pablo II, que sobre éstos grava una hipoteca social.
Si los bienes de esta tierra no son un mal en sí mismos, no hay por qué despreciarlos, pero es necesario usarlos bien.
No es la mano, sino el corazón el que debe estar lejos de ellos. Se trata de saberlos emplear para el bien de los demás.

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.”

Tal vez digas: en realidad, yo no soy rico, de manera que estas palabras no se refieren a mí.
Presta atención. La pregunta que los discípulos, sorprendidos, le hicieron a Cristo enseguida después de esta afirmación fue: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” (2). Lo cual dice a las claras que esas palabras estaban dirigidas  de alguna manera a todos.
También alguien que lo dejó todo para seguir a Cristo puede tener el corazón apegado a miles de cosas. Incluso el pobre que insulta porque le tocan su bolsa puede ser un rico a los ojos de Dios.

Chiara Lubich

Publicación mensual del Movimiento de los Focolares
Extractos de la palabra de vida de julio de 1979, publicada en Essere la Tua Parola. Chiara Lubich e cristiani di tutto il mondo, vol. II, Città Nuova, Roma 1982, pp. 41-43.
(1) Primera carta a Timoteo, 6, 9-10.
(2) Evangelio de Mateo, 19, 25

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Octubre de 2009

[…]

“Constancia”. Ésta la traducción de la palabra original griega, que es rica en contenido. Incluye también paciencia, perseverancia, resistencia, confianza.
La constancia es necesaria e indispensable cuando sufrimos, cuando somos tentados, cuando somos proclives a desanimarnos, cuando somos atraídos por las seducciones del mundo, cuando somos perseguidos.
Pienso que tú también te has encontrado, al menos, en una de estas circunstancias y has experimentado que, sin constancia, podrías haber sucumbido. A veces quizás has cedido. Ahora tal vez, justamente en este momento, te encuentras inmerso en alguna de estas dolorosas situaciones.
Y bien, ¿qué hacer? Recomienza y… persevera. De otro modo, no puedes llamarte “cristiano”. Lo sabes: quien quiere seguir a Cristo tiene que tomar cada día su cruz, debe amar, al menos con la voluntad, el dolor. La vocación cristiana es una vocación a la constancia. Pablo, el Apóstol, muestra a la comunidad su perseverancia como signo de autenticidad cristiana. Y no duda ubicarla en el plano de los milagros. Si además se ama la cruz y se persevera, se podrá seguir a Cristo que está en el cielo y, por lo tanto, salvarse.

“Gracias a la constancia salvarán sus vidas”.

Se pueden distinguir dos categorías de personas: las que sienten la invitación a ser verdaderos cristianos, pero esta invitación cae en sus almas como la semilla sobre el pedregullo. Mucho entusiasmo, como fuego de paja, y después no queda nada.
Las segundas, en cambio, reciben la invitación, como un buen terreno recibe la semilla. Y la vida cristiana germina, crece, supera dificultades, resiste a las tormentas. Éstas tienen constancia y… “gracias a la constancia salvarán sus vidas”.
Naturalmente, si quieres perseverar no te bastará apoyarte sólo en tus fuerzas. Te hará falta la ayuda de Dios. Pablo llama a Dios: “El Dios de la constancia”.

Es a Él, entonces, que tienes que pedirla y Él te la dará. Porque si eres cristiano no te puede bastar el haber sido bautizado o alguna esporádica práctica de culto y de caridad. Te hará falta crecer como cristiano. Y todo crecimiento, en campo espiritual, no puede acontecer si no en medio de las pruebas, los dolores, los obstáculos, las batallas.
Hay quien sabe ser constante de verdad: es el que ama. El amor no ve obstáculos, no ve dificultades, no ve sacrificios. Y la constancia es el amor probado.
[…]
María es la mujer de la constancia. Pide a Dios que te encienda en el corazón el amor por Él; y la constancia, en todas las dificultades de la vida, te llegará como consecuencia, y con ésta habrás salvado tu alma.

“Gracias a la constancia salvarán sus vidas”.

Pero hay más. La constancia es contagiosa. Quien es constante da ánimo también a los demás para seguir hasta el final.
[…] Apuntemos alto. Tenemos una vida sola y es también breve. Apretemos los dientes día tras día, afrontemos una dificultad tras de la otra para seguir a Cristo… y salvaremos nuestras almas.

Chiara Lubich

Palavra de vida publicada por primera vez en junio de 1979.

septiembre 2009

Todo el Evangelio es una revolución. No hay palabra de Cristo que se parezca a la de los hombres. Escucha ésta: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas (las necesidades de la vida) se os darán por añadidura».

En general, la primera preocupación del hombre es la búsqueda ansiosa de lo que necesita para dar seguridad a su existencia. Quizá para ti también sea así. Pues bien, Jesús te pone ante su modo de ver las cosas y te ofrece su modo de actuar. Te pide un comportamiento totalmente distinto del habitual y no sólo para una vez, sino para siempre. Es éste: buscar primero el reino de Dios.
Cuando estés orientado con todo tu ser hacia Dios y hagas todo lo posible para que Él reine dentro de ti (es decir, para que gobierne tu vida con sus leyes) y en los demás, el Padre te dará todo lo que necesites día tras día.
En cambio, si te preocupas sobre todo de ti mismo, terminarás por preocuparte principalmente de las cosas de este mundo y serás víctima de ellas. Acabarás viendo en los bienes de la tierra tu verdadero problema, la meta de todos tus esfuerzos. Y dentro de ti surgirá la grave tentación de contar únicamente con tus fuerzas y prescindir de Dios.

«Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura».

Jesús invierte los términos. Si tu primera preocupación es Él, vivir por Él, lo demás ya no será el problema principal de tu existencia, sino una “añadidura” o algo “extra”.
¿Te parece una utopía? ¿Es una frase irrealizable para ti, hoy, hombre moderno que vives en un mundo industrializado donde impera la competencia y donde a menudo hay crisis económica? Te recuerdo sencillamente que los problemas concretos de la subsistencia no eran mucho menores para la gente de Galilea cuando Jesús pronunció estas palabras.
No es cuestión de que sea una utopía o no. Jesús te pone ante el planteamiento fundamental de tu vida: o vives para ti o vives para Dios.
Pero tratemos ahora de entender bien esta frase:

«Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura».

Jesús no te exhorta al inmovilismo, a la pasividad en las cosas de esta tierra, o a una conducta irresponsable o superficial en el trabajo.
Jesús quiere cambiar tu preocupación en ocupación, quitándote el ansia, el miedo y la inquietud.
De hecho, Él te dice: «Buscad primero el reino…».
El sentido de primero es antes que nada. La búsqueda del reino de Dios está en primer lugar y no excluye que el cristiano tenga que ocuparse también de las necesidades de su vida.
Buscar el reino de Dios y su justicia significa también tener una conducta conforme a las exigencias de Dios manifestadas por Jesús en su Evangelio.
Sólo si busca el reino de Dios, el cristiano experimentará la potencia de Dios en su favor.

Te cuento un hecho.
Es de hace tiempo y, sin embargo, conserva una increíble actualidad. De hecho, conozco a numerosos adolescentes y jóvenes que se comportan ahora como lo hacía aquella chica.
Se llamaba Elvira. Estudiaba magisterio. Era pobre y sólo una nota media alta podía asegurarle la continuación de sus estudios. Poseía una fe fuerte. Su profesor de Filosofía era ateo, de manera que no era raro que mostrase las verdades sobre Cristo y sobre la Iglesia desenfocadas, cuando no deformadas. A la chica le hervía la sangre, no por ella, sino por amor a Dios, a la verdad y a sus compañeras. Aun siendo consciente de que contradiciendo al profesor, podría sacar una mala nota, lo que sentía en su interior era más fuerte que ella. Por eso a la mínima oportunidad levantaba la mano, pedía la palabra y decía: «No es verdad, profesor». Quizás no siempre tenía todos los argumentos para rebatir las disquisiciones del profesor, pero en ese «no es verdad» estaba su fe, que es don de verdad y da que pensar.
Las compañeras, que la querían, trataban de disuadirla para que sus intervenciones no la perjudicaran. Pero no lo lograron.
Pasaron algunos meses. Llegó la hora de dar las notas. Las recogió temblando. Pero después, un salto de alegría: ¡un diez! La nota máxima.
Había tratado antes que nada de que Dios y su verdad reinaran; lo demás había venido por añadidura.

«Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura».

Si tú también buscas el reino del Padre, experimentarás que Dios es Providencia para todo lo que necesites en tu vida. Descubrirás lo extraordinariamente normal que es el Evangelio.

 

Chiara Lubich

agosto 2009

¿Sabes cuándo aparece esta frase en el Evangelio? La escribe San Juan el evangelista antes de que Jesús se disponga a lavar los pies a sus discípulos y se prepare para su pasión.
En los últimos momentos que vive con los suyos, Jesús manifiesta de una manera suprema y más explicita el amor que desde siempre sentía por ellos.

«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

Las palabras “hasta el extremo” significan hasta el final de su vida, hasta el último aliento. Pero también indican la idea de la perfección. Quieren decir: los amó completamente, totalmente, con una intensidad extrema, hasta el culmen.
Los discípulos de Jesús permanecerán en el mundo mientras que Jesús estará ya en la gloria. Se sentirán solos, tendrán que superar muchas pruebas; precisamente para cuando lleguen esos momentos, Jesús quiere que estén seguros de su amor.

«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

¿No percibes en esta frase el estilo de vida de Cristo, su modo de amar? Lava los pies a sus discípulos. Su amor lo lleva a realizar hasta ese servicio que en aquel tiempo estaba reservado a los esclavos. Jesús se está preparando para la tragedia del Calvario, para dar a los suyos y a todos, además de sus extraordinarias palabras, de sus mismos milagros, de todas sus obras, incluso la vida. Lo necesitaban; es la mayor necesidad que tiene todo hombre: ser liberado del pecado, que significa de la muerte, y poder entrar en el Reino de los Cielos. Debían tener paz y alegría en la Vida que ya no acaba.
Y Jesús se ofrece a la muerte, gritando el abandono del Padre, hasta tal punto que al final puede decir: «Todo está cumplido».

«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

Hay en estas palabras la tenacidad del amor de un Dios y la dulzura del afecto de un hermano.
Nosotros, los cristianos, también podemos amar así, porque Cristo está en nosotros.
Sin embargo, ahora no quisiera proponerte que imites a Cristo en el morir por los demás (cuando era su hora); no quisiera ofrecerte como modelos necesarios al Padre Kolbe, que muere por un hermano prisionero, ni al Padre Damián, que haciéndose leproso con los leprosos, muere con ellos y por ellos.
Puede ser que a lo largo de tus años, nunca se te pida ofrecer tu vida física por los hermanos. Pero lo que sin duda Dios sí te pide es que los ames hasta el fondo, hasta el final, hasta tal punto que tú también puedas decir: «Todo está cumplido».

Eso hizo la pequeña Cetti, de 11 años, en una ciudad italiana. Vio a su amiga y compañera Georgina, de su misma edad, muy triste. Quiso tranquilizarla, pero no lo consiguió. Entonces quiso ir hasta el fondo y saber el porqué de su angustia. Se le había muerto su papá y su mamá la había dejado sola con su abuela y se había ido a vivir con otro hombre. Cetti intuyó la tragedia y se puso en acción. Aun siendo pequeña, le pidió a su compañera que le permitiera hablar con su madre, pero Georgina le ruega que antes la acompañe a la tumba de su papá. Cetti la acompaña con gran amor y oye cómo Georgina le pide entre el llanto a su papá que venga a llevársela.

A Cetti se le parte el corazón. Había allí una pequeña iglesia en ruinas. Entran. Sólo quedaban un pequeño sagrario y un crucifijo. Cetti dice: «¡Mira, en este mundo todo se destruirá, pero ese crucifijo y ese sagrario quedarán!» Georgina responde, secándose las lágrimas: «¡Sí, tienes razón!» Después, con delicadeza, Cetti coge a Georgina de la mano y la acompaña a ver a su mamá.
Al llegar, le dice decididamente estas palabras: «Mire, señora, aunque esto no me incumba, le digo que usted ha dejado a su hija sin un cariño materno que necesita. Y aún le digo más, que usted nunca estará en paz hasta que no se la lleve con usted y se arrepienta”.

Al día siguiente, Cetti anima con amor a Georgina cuando se ven en el colegio. Pero sucede algo nuevo: un coche viene a buscar a Georgina; lo conduce su mamá. Y desde aquel día el coche sigue viniendo, porque Georgina ya vive con ella, que ha dejado definitivamente la amistad con aquel hombre.
De la pequeña y gran acción de Cetti se puede decir: “Todo está cumplido”. Todo lo hizo bien. Hasta el fondo. Y lo consiguió.
Piensa un poco. ¿Cuántas veces has empezado a interesarte por alguien al que después has abandonado, acallando tu conciencia con mil excusas? ¿Cuántas acciones has comenzado con gran entusiasmo y luego no las has continuado ante dificultades que te parecían superiores a tus fuerzas?…
La lección que Jesús te da hoy es ésta:

«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».

Hazlo.
Y si algún día Dios te pidiera de verdad la vida, no titubearás. Los mártires iban a la muerte cantando. Y el premio será la gloria más grande, porque Jesús ha dicho que nadie en el mundo tiene mayor amor que aquél que derrama su sangre por sus amigos.

 

Chiara Lubich