Jun 30, 2009 | Palabra de vida, Sin categorizar
La verdadera riqueza
¿Eres joven y reclamas una vida ideal, totalitaria, radical? Escucha a Jesús. Nadie en el mundo te pide tanto. Tienes la oportunidad de demostrar tu fe y tu generosidad, tu heroísmo.
¿Eres maduro y anhelas una existencia seria, comprometida, pero segura? ¿O anciano, y deseas vivir tus últimos años abandonado a quien no engaña, sin preocupaciones que te agotan? Vale también para ti esta palabra de Jesús.
Contiene una serie de exhortaciones por las cuales Jesús te invita a no preocuparte por lo que comerás o vestirás, exactamente como hacen los pájaros del aire que no siembran y los lirios del campo que no hilan. Por eso, debes alejar de tu corazón toda inquietud por las cosas de la tierra, porque el Padre te ama mucho más que a los pájaros y que a las flores, y él mismo piensa en ti. Por eso te dice:
“Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.”
El Evangelio, en su conjunto y en cada palabra, constituye un requerimiento totalitario hacia los hombres de lo que son y de lo que tienen. Dios no pedía tanto antes de que viniera Cristo. El Antiguo Testamento consideraba un bien, una bendición de Dios la riqueza terrenal y, si pedía dar limosna a los necesitados, era para obtener benevolencia del Omnipotente.
Más tarde, en el judaísmo, la idea de la recompensa en el más allá se había vuelto más común. Un rey respondía a quien le reprochaba por derrochar sus bienes: “Mis antecesores acumularon tesoros para este mundo, yo en cambio acumulé tesoros para el cielo”. […].
Entonces, la originalidad de la palabra de Jesús está en el hecho de que Él te pide un don total, te pide todo. Quiere que tú seas un hijo despreocupado, que no tenga preocupaciones por este mundo, un hijo que se apoya solamente en Él. Sabe que la riqueza es un obstáculo enorme para ti, porque ocupa tu corazón, mientras que Él quiere tener todo el espacio para sí.
Y si no puedes deshacerte de los bienes materialmente, porque estás ligado a otras personas, o porque tu posición te obliga a un entorno digno y adecuado, ciertamente tienes que desprenderte de los bienes espiritualmente y comportarte como un simple administrador. Así, mientras te manejas con la riqueza de los demás y, la administras para ellos, te haces un tesoro que la pollilla no corre y el ladrón no se lleva.
Pero ¿estás seguro de que tienes que retener todo? Escucha la voz de Dios dentro de ti; pide consejo, si no sabes decidir. Verás cuántas cosas superfluas encontrarás entre lo que tienes. No las conserves. Da, da, a quien no tiene. Pon en práctica las palabras de Jesús: “Vende… y da”. Así llenarás las bolsas que no envejecen. Es lógico que para vivir en el mundo haga falta interesarse también por el dinero, por las cosas. Pero Dios quiere que te ocupes, no que te preocupes. Ocúpate de lo mínimo que es indispensable para vivir según tu estado, según tus condiciones. Por el resto:
“Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.”
Pablo VI era realmente pobre. Lo testimonió el modo con el cual quiso ser sepultado: en un pobre féretro, en la tierra. Poco antes de morir había dicho a su hermano. “Desde hace tiempo preparé las valijas para este importante viaje”.
Esto es lo que debes hacer: preparar las valijas. En los tiempos de Jesús tal vez se llamaban bolsas. Prepáralas día a día. Llénalas lo más que puedas de lo que puede ser útil a los demás. Tienes verdaderamente lo que das. Piensa en cuánta hambre hay en el mundo. Cuánto sufrimiento. Cuántas necesidades…
Pon allí también cada acto de amor, cada obra a favor de los hermanos.
Cumple estas acciones por Él. Díselo en tu corazón: por Ti. Y hazlas bien, con perfección. Están destinadas al cielo, permanecerán por la eternidad.
Chiara Lubich
Palabra de vida, marzo de 1979, publicada por entero en Essere la Tua Parola. Chiara Lubich e cristiani di tutto il mondo, vol. I, Città Nuova, Roma 1980, pp. 189-191.
May 31, 2009 | Palabra de vida, Sin categorizar
¿Puedes imaginar un sarmiento separado de la vid? No tiene futuro, nin-guna esperanza, ha dejado de ser fecundo y no le queda más que secarse para que lo quemen.
Imagina a qué muerte espiritual estás destinado, como cristiano, si no permaneces unido a Cristo. Da miedo. Aunque trabajes mucho de la maña-na a la noche, aunque creas ser útil a la humanidad, aunque tus amigos te aplaudan, aunque tus bienes terrenales crezcan, aunque hagas sacrificios notables…la esterilidad es completa. Todo ello podrá tener sentido para ti en esta tierra, pero no significa nada para Cristo y en función de la eternidad. Y es la vida que más importa.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
¿Cómo puedes permanecer en Cristo y Cristo en ti? ¿Cómo ser un sarmiento verde y lozano de la vid?
En primer lugar, es necesario que creas en Cristo. Pero no basta. Tu fe tiene que influir en la dimensión concreta de la vida: debes vivir conforme a esta fe, poniendo en práctica las palabras de Jesús. Por lo tanto, no puedes descuidar los medios divinos que Cristo te dejó, mediante los cuales obtener o ganar nuevamente la unidad con él, eventualmente quebrada. Aún así, Cristo todavía no te sentirá bien unido a él si no te esfuerzas por estar injer-tado en tu comunidad eclesial, en tu Iglesia local.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
“El que permanece en mí, y yo en él”. ¿Adviertes que Cristo habla de la unidad tuya con él, pero también de la suya contigo? Si estás unido a él, él está en ti, está en lo íntimo de tu corazón, y nacen una relación y un colo-quio de amor recíproco, una colaboración entre Jesús y tú, discípulo suyo.
La consecuencia es dar mucho fruto, tal como un sarmiento bien unido a la vid da racimos sabrosos. “Mucho fruto” significa que tendrás una verdadera fecundidad apostólica, es decir, la capacidad de abrir los ojos de muchos a las palabras únicas y revolucionarias de Cristo; y estarás en condiciones de darles la fuerza para seguirlo. “Mucho fruto” significa “mucho”, y no “poco”. Esto puede querer decir que sabrás llevar a las personas que te rodean una corriente de bondad, de comunión, de amor recíproco.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
Pero “mucho fruto” no significa sólo el bien espiritual y material de los de-más, sino también el tuyo: crecer interiormente, santificarte personalmente depende de tu unión con Cristo.
Santificarte. Quizás esta palabra, en los tiempos que corren, te parecerá un anacronismo, una inutilidad o una utopía. No es así. Los tiempos presen-tes pasarán y con ellos las miradas parciales, erradas, contingentes. Queda-rá la verdad. Hace dos mil años Pablo, el Apóstol decía claramente que Dios quiere para todos los cristianos la santificación. Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, está segura de que cualquiera, incluso el hombre común y corrien-te, puede alcanzar la más alta contemplación. El Concilio Vaticano II afirma que todo el pueblo de Dios está llamado a la santidad.
Estas son voces certeras. Trata, entonces, de recoger en tu vida también el “mucho fruto” de la santificación que será posible sólo si estás unido a Cristo.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
¿Observaste que Jesús ve el fruto como consecuencia del “perma-necer” unidos a él?
Podrías caer en el error de muchos cristianos: activismo, activismo, obras, obras…por el bien de los demás, sin darse tiempo para considerar si están realmente unidos a Cristo. Se trata de un error: creer que se da mucho fruto, pero no es lo que Cristo en ti y contigo puede dar.
Para dar un fruto duradero, que lleve el sello divino, es necesario perma-necer unidos a Cristo; y cuanto más permanezcas unido a él, mucho más fruto darás.
Además, el verbo empleado por Jesús, “permanecer”, da la idea no tanto de momentos en los que se da fruto, sino de un estado permanente de fe-cundidad. De hecho, si conoces a personas que viven de esta manera, ve-rás que tal vez con una simple sonrisa, con una palabra, con el comporta-miento cotidiano, con la actitud frente a las distintas situaciones de la vida, llegan a los corazones y, a veces, provocan un encuentro con Dios.
Algo similar sucedió con los santos. Pero no debemos desalentarnos, por-que también los cristianos comunes pueden dar fruto.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
Estamos en Portugal. María del Socorro, terminada la secundaria, entró a la universidad. El ambiente es difícil. Muchos de sus compañeros se enfren-tan, siguiendo sus ideologías, y cada uno quiere arrastrar detrás de sí a los que todavía no se definen. María sabe bien cuál es su camino, aunque no sea fácil explicarlo: seguir a Jesús y permanecer unida a él. Sus compañe-ros la tildan de poco definida, carente ideales. No conocen sus ideas. A ve-ces sintió un cierto reparo, sobre todo al entrar en la iglesia. Pero sigue yen-do porque siente que tiene que permanecer unida a Jesús.
Se acerca la Navidad. María se da cuenta de que algunos de sus compa-ñeros no van a poder viajar a sus casas porque viven demasiado lejos, y les propone a los demás hacerles un regalo a los que no se quedan. Se sor-prende mucho cuando todos aceptan.
Luego llegan las elecciones universitarias y otra sorpresa: es elegida re-presentante de su curso. Pero el estupor es más fuerte todavía cuando oye decir: “Es lógico que te hayan elegido porque eres la única que tiene una lí-nea precisa, que sabe lo que quiere y cómo realizarlo”. Algunos se interesa-ron por su ideal y quisieron vivir como ella. Un buen fruto de la perseveran-cia de María del Socorro en el permanecer unida a Jesús.
Chiara Lubich
Abr 30, 2009 | Palabra de vida, Sin categorizar
Edith, ciega de nacimiento, vive con otras invidentes en una residencia donde el capellán sufre una parálisis en las piernas y no puede celebrar la misa. Por este motivo quieren quitar a Jesús Eucaristía de la casa. Edith ha recurrido al obispo para que lo deje allí como única luz de sus tinieblas. Ha obtenido el permiso y, además, la aprobación para distribuir ella misma la comunión al capellán y a sus compañeras.
Deseosa de ser útil, Edith ha conseguido que le concedan unas horas en una emisora de radio. Las utiliza para ofrecer lo mejor que tiene: consejos, pensamientos válidos, aclaraciones de tipo moral para ayudar con sus experiencias a los que sufren. Podría contarte otras muchas cosas de Edith… Es ciega pero el sufrimiento la ha iluminado.
¡Cuántos ejemplos más te podría contar! La bondad existe, pero no hace ruido. Edith vive su cristianismo concretamente: sabe que cada uno de nosotros ha recibido dones y los pone al servicio de los demás.
«Que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios»
Sí, porque un “don” (o “carisma”, en griego) no se refiere sólo a las gracias con las que Dios enriquece a los que tienen que gobernar la Iglesia. Tampoco se refiere únicamente a esos dones extraordinarios que Él se reserva para enviar directamente a algún fiel, para el bien de todos, cuando considera que hay que poner remedio en la Iglesia a situaciones excepcionales o a peligros graves, para los que no bastan las instituciones eclesiásticas; por ejemplo: la sabiduría, la ciencia, el don de hacer milagros, el de hablar lenguas, el carisma de suscitar una nueva espiritualidad en la Iglesia, y otros.
Por dones o carismas no se entienden sólo éstos, sino también otros más sencillos que muchas personas poseen y que se notan por el bien que hacen. El Espíritu Santo es el que obra.
Además, podemos llamar también dones o carismas a los talentos naturales. Cada uno tiene los suyos. También tú.
¿Cómo tienes que usarlos? Hay que pensar cómo hacerlos fructificar, pues te han sido dados no sólo para ti, sino para el bien de todos. «Que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios».
La variedad de dones es inmensa. Cada uno tiene el suyo y, por tanto, tiene su función específica en la comunidad. ¿Y qué me dices de ti? ¿Tienes algún título? ¿No has pensado nunca en poner a disposición de los demás algunas horas a la semana para enseñar al que no sabe, o al que no tiene medios para estudiar? ¿Tienes un corazón especialmente generoso? ¿No has pensado nunca en movilizar esas fuerzas que aún quedan sanas en la sociedad, a favor de la gente pobre o marginada, y restablecer en el corazón de muchos el sentido de la dignidad del hombre?
[…] ¿Tienes cualidades especiales para consolar? ¿O, tal vez, para llevar una casa, para cocinar, para confeccionar con poca cosa ropa útil, o para los trabajos manuales? Mira a tu alrededor para ver quién tiene necesidad de ti. Siento una gran pena cuando veo que hay unos que buscan y otros que enseñan cómo llenar el tiempo libre. Nosotros cristianos no podemos tener tiempo libre mientras haya en la tierra un enfermo, un hambriento, un encarcelado, un ignorante, uno que tenga dudas, alguien que esté triste, un drogadicto, […] un huérfano, una viuda… ¿Y no te parece también que la oración es un don formidable que debemos usar, ya que en todo momento podemos dirigirnos a Dios que está presente en todas partes?
«Que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios».
¿Te imaginas una Iglesia en la que todos los cristianos, desde los niños hasta los adultos, hacen todo lo que pueden para poner a disposición de los demás sus dones?
El amor mutuo adquiriría tal consistencia, tal amplitud y relieve que […] todos podrían reconocer de esto a los discípulos de Cristo. […]
Y entonces, si el resultado es éste, ¿por qué no poner todo de tu parte para conseguirlo?
Chiara Lubich
Mar 31, 2009 | Palabra de vida, Sin categorizar
¿Observaste cómo en general no vives la vida sino que la arrastras en espera de un “después”, en el que tendría que llegar lo “bello”?
El hecho es que un “después-bello” tiene que llegar, pero no es lo que esperas.
Un instinto divino te lleva a esperar a alguien o algo que pueda satisfacerte. Y piensas tal vez en el día de fiesta, o en el tiempo libre, o en un encuentro particular… pero pasados éstos, no quedas satisfecho, al menos plenamente. Y retomas el tran tran de una existencia vivida sin convicción, siempre en espera.
La verdad es que, entre los elementos que componen también tu vida, hay uno del que nadie puede escapar; es el encuentro cara a cara con el Señor que viene. Esto es lo “bello” a lo que inconscientemente tiendes, porque estás hecho para la felicidad. Y la felicidad plena te la puede dar solamente Él.
Y Jesús, sabiendo que tú y yo estamos ciegos en esta búsqueda, nos amonesta:
“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.”
Vigilen. Estén bien atentos. Estén despiertos.
Porque hay muchas cosas de las que no estás seguro en el mundo, pero de una ciertamente no puedes tener dudas: de que un día tienes que morir. Y esto para el cristiano significa presentarse delante de Cristo que viene.
Puede ser que también tú seas como la mayoría que quiere olvidarse de la muerte, a propósito. Tienes miedo de ese momento y vives como si no existiera. Dices con tu vida terrenal, con el enraizarte cada vez más en ella: la muerte me hace temblar, por lo tanto, no existe. En cambio, ese momento vendrá. Porque Cristo seguramente viene.
Con estas palabras Jesús entiende su venida en el último día. Así como subió al Cielo entre los apóstoles, volverá.
Pero estas palabras quieren decir también la venida del Señor al final de la vida de cada hombre. Además, cuando el hombre muere, para él, el mundo terminó.
Y ya que no sabes si Cristo viene hoy, esta tarde, mañana, o dentro de un año o más, debes estar alerta. Justamente como aquellos que están despiertos porque saben que los ladrones vendrán a desvalijar su casa, pero no saben la hora.
Y, si Jesús viene, quiere decir que esta vida es pasajera. Y si es así, más que desvalorizarla, tienes que darle la máxima importancia. Debes prepararte para ese encuentro con una vida digna. (…)
“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.”
Ciertamente, hace falta que tú también estés atento. Tu vida no es solamente un pacífico sucederse de actos. Es también una lucha. Y las tentaciones más variadas, como las sexuales, las de la vanidad, las del apego al dinero, las de la violencia, son tus primeros enemigos.
Si vigilas siempre, no te dejarás tomar por sorpresa. Vigila bien quien ama. Es propio del amor vigilar. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en función de ella.
Así hace una esposa amorosa cuando se esfuerza, o prepara cuanto puede servir a su esposo ausente: hace todo pensando en él. Y cuando llega, en su saludo exultante está todo el alegre trabajo del día.
Así hace una madre, cuando toma un pequeño descanso durante la asistencia de su hijo enfermo. Duerme, pero su corazón vigila.
Así actúa quien ama a Jesús. Hace todo en función de Él, a quien encuentra en las simples manifestaciones de su voluntad de cada momento, y a quien encontrará solemnemente el día en el que vendrá.
Es el 3 de noviembre de 1974. Se concluye en Santa María, en el sur de Brasil, un encuentro espiritual de 250 jóvenes, de las cuales la mayor parte proviene de la ciudad de Pelotas. El primer ómnibus, con cuarenta y cinco personas, parte: muchas canciones, mucha alegría, mucho amor a Jesús. En un momento del viaje, algunas chicas dicen juntas el rosario con los misterios dolorosos y le piden a la Virgen la fidelidad a Dios, hasta la muerte.
En una curva, por un desperfecto mecánico, el colectivo cae en un barranco de unos cincuenta metros, y vuelca tres veces. Mueren seis chicas.
Una sobreviviente dice: “Vi la muerte de cerca, pero no tuve miedo, porque Dios estaba allí”. Otra: “Cuando me di cuenta de que podía moverme, en medio de los hierros retorcidos, miré el cielo estrellado y, arrodillada entre los cuerpos de mis compañeras, recé. Dios estaba allí al lado nuestro…”. El padre de Carmen Regina, una de las víctimas, contó que su hija a menudo repetía: “Es hermoso morir, papá, se parte para estar junto a Jesús”.
“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.”
Las jóvenes de Pelotas, porque amaban, vigilaban, y cuando llegó el Señor fueron a recibirlo con alegría.
Chiara Lubich
Feb 28, 2009 | Palabra de vida, Sin categorizar
El espectáculo más absurdo que puedes observar en este mundo es, por una parte la presencia de hombres desorientados, siempre en busca de algo, que, en las inevitables pruebas de la vida, sienten con angustia la necesidad de ayuda y el sentimiento de orfandad, y, por otro lado la realidad de Dios, Padre de todos, cuyo mayor anhelo es usar su omnipotencia para satisfacer los deseos y las necesidades de sus hijos.
Es como un vacío que reclama ser llenado. Es como un lleno que pide un vacío. Pero no se encuentran.
La libertad de la que el hombre está dotado puede causar también este daño.
Pero Dios no cesa de ser Amor para los que lo reconocen.
Escucha lo que dice Jesús:
«Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre Él os lo concederá»
Aquí tienes una de esas palabras ricas en promesas que, de vez en cuando, Jesús repite en el Evangelio. A través de ellas te enseña, con matices y explicaciones distintas, cómo obtener lo que necesitas.
(…)
Sólo Dios puede hablar así. Sus posibilidades son ilimitadas. Tiene en su poder todas las gracias: las de esta tierra, las espirituales, las posibles y las imposibles.
Pero, escucha bien.
El te sugiere “como” tienes que presentarte al Padre para pedírselas. Dice: “en mi nombre”.
Si tienes un poco de fe estas tres breves palabras tendrían que darte alas.
Mira, Jesús, que ha vivido entre nosotros, conoce las infinitas necesidades que tienes tú y que tenemos todos, y siente pena por nosotros. Y por eso, en la oración se ha puesto Él de intercesor y es como si te dijese: “Ve al padre de mi parte y pídele esto y esto y después aquello”. Él sabe que el Padre no puede decirle que no. Es su hijo y es Dios.
Tú no vas al Padre en tu nombre, sino en nombre de Cristo. El embajador, como se suele decir, es sólo un mensajero.
Cuando vas al Padre, en nombre de Cristo, actúas como un simple mensajero.
Los asuntos se resuelven entre los dos interesados.
Así es como rezan muchos cristianos que podrían dar testimonio de las innumerables gracias que han recibido. Son una demostración de que la paternidad de Dios, atenta y amorosa, cuida de ellos cada día.
«Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre Él os lo concederá»
Pero puede ser que ahora tú me digas: “He pedido y pedido en nombre de Cristo, y no he obtenido”.
Puede ser. Te decía más arriba que Jesús, en otros pasajes del Evangelio en los que invita a pedir, da más explicaciones que quizá se te han escapado.
Dice, por ejemplo, que obtiene quien “permanece” en Él, que quiere decir en su voluntad.
(…)
Puede ser que tú pidas algo que no forma parte del designio que Dios tiene para ti, y por tanto Él no lo vea útil para tu existencia en la tierra o en la otra vida, o incluso lo considere perjudicial.
¿Cómo te va a escuchar Él, que es tu padre, en estos casos? Te engañaría. Y esto no lo hará nunca.
Entonces será útil que, antes de orar, te pongas de acuerdo con Él y le digas: “Padre, yo te pido esto en nombre de Jesús, si crees que es bueno”.
Y si la gracia que pides forma parte del plan que Dios con su amor ha pensado para ti, se cumplirá la palabra:
«Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre Él os lo concederá»
También puede ser que tú pidas gracias, pero que no tengas la más mínima intención de adecuar tu vida a lo que Dios te pide.
¿Te parecería justo que Dios te escuchase también en este caso? Él no quiere darte sólo un don, sino la felicidad plena. Y ésta se obtiene tratando de vivir los mandamientos de Dios, sus palabras. No basta con pensar en ellas, ni siquiera con meditarlas, hay que vivirlas.
Si haces así, lo obtendrás todo.
En conclusión: ¿quieres obtener gracias?
Pide cualquier cosa en nombre de Cristo, atendiendo antes que nada a su voluntad, con la decisión de obedecer la ley de Dios.
A Dios le hace feliz conceder gracias; pero somos nosotros los que, por desgracia, le cerramos las manos la mayoría de las veces.
Chiara Lubich
Ene 31, 2009 | Palabra de vida, Sin categorizar
¿Qué dice? ¡Son palabras con exigencias tremendas, radicales, jamás escuchadas!
Y, sin embrago, ese Jesús que dijo que el matrimonio es indisoluble y dio como mandato que amáramos a todos y por lo tanto particularmente a los padres, ese mismo Jesús ahora pide que pongamos en segundo lugar todos los bellos afectos de la tierra, si es que son un impedimento para el amor directo, inmediato, a Él. Sólo Dios podía pedir tanto.
Jesús, de hecho, arranca a los hombres de su modo natural de vivir y los quiere ligados antes que nada a sí mismo, para componer sobre la tierra la fraternidad universal.
Por esto, donde encuentra un obstáculo para su proyecto “corta” y en el Evangelio habla de “espada”, espiritual, se entiende. Y llama “muertos” a aquellos que no supieron amarlo a Él más que a la madre, a la esposa, a la vida. ¿Recuerdas a ese hombre que le pidió que lo dejara sepultar a su padre antes de seguirlo? Justamente a él Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”1.
Quizás ante tanta exigencia habrás temblado de miedo, quizás habrás pensado relegar estas palabras de Jesús a su tiempo, o destinarlas a los que deben seguirlo de un modo particular.
Te equivocas. Esta palabra vale para cualquier época, incluso para la actual, y vale para todos los cristianos, también para ti.
En los tiempos que corren se te pueden presentar muchas ocasiones para poner en práctica la invitación de Cristo.
¿En tu familia alguien critica el cristianismo? Jesús quiere que tú lo testimonies con la vida y en el momento oportuno con la palabra, incluso a costa de que se burlen de ti o te calumnien.
¿Eres madre y tu marido te invita a interrumpir un embarazo? Obedece a Dios y no a los hombres. ¿Un hermano te quiere agregar a una compañía con fines poco claros, o incluso reprobables? Desasóciate. ¿Algún pariente te invita a aceptar dinero poco limpio? Mantiene tu honestidad. ¿La familia entera te quiere involucrar en un laxismo mundano? Corta, para que Cristo no se aleje de ti.
“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
¿Eres de una familia poco creyente y el hecho de tu conversión a Cristo produjo división? No te alarmes, es un efecto del Evangelio. Ofrece a Dios el desgarro del corazón por aquellos que amas, pero no decaigas.
¿Cristo te llamó de modo particular y ahora llegó el momento en que tu donación total requiere dejar el padre y la madre, o tal vez renunciar a la novia? Concretiza tu elección. Quien no tiene lucha, no tiene victoria.
“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
“… y hasta a su propia vida”. ¿Estás en una tierra de persecución y el exponerte por Cristo pone en peligro tu vida? Ten coraje. A veces nuestra fe puede pedir también esto. No se termina nunca del todo la época de los mártires en la Iglesia.
Cada uno de nosotros, en su existencia, se encontrará ante la elección entre Cristo y todo el resto para seguir siendo auténtico cristiano. Por lo tanto, te tocará también a ti.
No tengas miedo. No tengas miedo por la vida: mejor perderla por Dios que no encontrarla jamás. La otra Vida es una realidad.
Y no tengas miedo por los tuyos. Dios los ama. Un día – si tú los sabes posponer por Él – pasará al lado de ellos y los llamará con las palabras fuertes de su amor. Y tú los ayudarás a volverse, contigo, verdaderos discípulos de Cristo.
Chiara Lubich
1. Palabra de vida de octubre de 1978, publicada en Essere la Tua Parola, Chiara Lubich e cristiani di tutto il mondo, vol. I, Roma 1980, p. 111-113.
2. Evangelio de Lucas, cap. 9, versículo 60.