Dic 31, 2008 | Palabra de vida, Sin categorizar
¿Alguna vez estuviste en una comunidad viva de cristianos realmente auténticos? ¿Alguna vez asististe a una asamblea entre ellos? ¿Penetraste en su vida? Si es así, habrás notado que se distribuyen muchas funciones entre aquellos que la componen: quien tiene el don de hablar y te comunica realidades espirituales que te tocan el alma; quien tiene el don de ayudar, de asistir, de proveer y te hace maravillar ante los éxitos alcanzados en beneficio de cuantos sufren; quien enseña con tanta sabiduría que te infunde una fuerza muy nueva en la fe que ya posees, quien tiene el arte de organizar, quien de gobernar, quien sabe comprender a aquellos a los que se acerca y es distribuidor de consuelo a los corazones que lo necesitan. Sí, todo esto lo puedes experimentar, pero sobre todo lo que te impresiona de una comunidad tan viva es el único espíritu que caracteriza a todos y te parece que sientes aletear y hace de esa original sociedad un unum, un solo cuerpo.
“Hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
Incluso Pablo, y particularmente él, se encontró frente a comunidades cristianas vivísimas, suscitadas justamente por su extraordinaria palabra.
Una de éstas era aquella, joven, de Corinto, en la cual el Espíritu Santo no había sido parco en el difundir sus dones o carismas, como se les dice; es más, en ese tiempo se manifestaban extraordinarios, por la especial vocación que tenía la Iglesia naciente.
Sin embrago, esta comunidad, habiendo hecho la experiencia exaltadora de los distintos dones dados por el Espíritu Santo, había conocido también rivalidades o desórdenes, justamente entre aquellos que habían sido beneficiados. Fue necesario entonces dirigirse a Pablo, que estaba en Éfeso, para obtener aclaraciones.
Pablo no vacila, y responde con una de sus extraordinarias cartas, explicando cómo debían ser usadas estas gracias particulares.
Explica que existe diversidad de carismas, diversidad de ministerios, como el de los apóstoles o de los profetas o de los maestros, pero que uno solo es el Señor del que provienen. Dice que en la comunidad existen operadores de milagros, de curaciones, personas llevadas de modo excepcional a la asistencia, otras al gobierno, como existe quien sabe hablar lenguas, quien las sabe interpretar, pero agrega que uno solo es el Dios en el que se originan.
Y entonces, como los distintos dones son expresiones del mismo Espíritu Santo, que los infunde libremente, no pueden no estar en armonía entre ellos, no pueden no ser complementarios. Éstos no son para el goce personal, no pueden ser motivo de enorgullecimiento o de afirmación de sí mismo, sino que se dan para una finalidad común: construir la comunidad; su finalidad es el servicio. No pueden, por lo tanto, generar rivalidades o confusión.
Pablo, aun pensando en los dones particulares que tenían que ver justamente con la vida de la comunidad, es de la idea de que cada miembro tiene su capacidad, su talento para hacer fructificar para el bien de todos, y cada uno debe estar contento con el propio.
Él presenta a la comunidad como un cuerpo y se pregunta: si el cuerpo fuera todo ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si fuera todo oído, ¿dónde el olfato? En cambio, Dios dispuso los miembros de modo diferente en el cuerpo, como Él quiso. Si todo fuera un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? En cambio:
“Hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
Si cada uno es diferente, puede ser un don para los demás, y así ser sí mismo y realizar el propio designio de Dios en relación con los otros.
Y Pablo ve en la comunidad, en la que los distintos dones funcionan, una realidad a la que da un espléndido nombre: Cristo. El hecho es que ese original cuerpo que componen los miembros de la comunidad es verdaderamente el Cuerpo de Cristo. En efecto, Cristo sigue viviendo en su Iglesia y la Iglesia es su cuerpo. En el bautismo, de hecho, el Espíritu Santo incorpora a Cristo al creyente, que es inserto en la comunidad. Y allí todos son Cristo, se borra toda división, se supera toda discriminación.
“Hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
Cuando el cuerpo es uno, los miembros de la comunidad cristiana actúan correctamente su manera de vivir, es decir, realizan entre ellos la unidad, aquella unidad que supone la diversidad, el pluralismo. La comunidad no se asemeja a un bloque de materia inerte sino a un organismo viviente con diversos miembros.
El provocar las divisiones es, para los cristianos, hacer lo contrario a lo que deben.
“Hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
¿Cómo, vivirás, entonces, esta nueva Palabra que la Escritura te propone?
Hace falta que tengas un gran respeto por las diferentes funciones, por los dones y los talentos de la comunidad cristiana.
Será necesario que dilates el corazón sobre toda la variada riqueza de la Iglesia y no sólo sobre la pequeña Iglesia que frecuentas y te es conocida, como la comunidad parroquial o la asociación cristiana a la que estás ligado, o bien al movimiento eclesial del que eres miembro, sino sobre toda la Iglesia, en sus múltiples formas y expresiones.
Debes sentir tuyo el todo, porque eres parte de este único cuerpo. Y así debes hacer para con cada miembro del cuerpo espiritual. (…)
Por todos debes tener la misma estima, hacer tu parte para que puedan ser útiles a la Iglesia en el mejor de los modos.
(…) Mientras tanto, no desprecies lo que Dios te pide allí donde estás, aunque el trabajo cotidiano te pueda parecer monótono y sin un gran significado: pertenecemos todos a un mismo cuerpo, y, como miembro, cada uno participa de la actividad del cuerpo entero, permaneciendo en el lugar que Dios eligió para él.
Además, lo esencial es que tú poseas ese carisma que, como dice Pablo, supera todos los demás, y es el amor: el amor para con cada hombre que encuentras, el amor para con todos los hombres de la tierra.
Es con el amor, con el amor recíproco, que los muchos miembros pueden ser un solo cuerpo.
Chiara Lubich
Esta Palabra de vida fue publicada en enero de 1981.
Referencia a la 1º Carta a los cristianos de Corinto, en el cap. 12, versículos del 17 al 19.
Nov 30, 2008 | Palabra de vida, Sin categorizar
¿Lo recuerdas? Es la palabra que Jesús le dirige al Padre en el monte de los Olivos y da sentido a su pasión, seguida de la resurrección. Expresa en toda su intensidad el drama que Jesús vive en su interior. Es la laceración interior provocada por la repugnancia profunda de su naturaleza humana de frente a la muerte querida por el Padre.
Pero Cristo no esperó ese día para adecuar su voluntad a la de Dios. Lo hizo toda su vida.
Si ésta fue la conducta de Cristo, ésta debe ser la actitud de todo cristiano. También tú debes repetir en tu vida:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Tal vez hasta ahora no lo has pensado, aunque seas bautizado, aunque seas hijo de la Iglesia.
Tal vez redujiste esta frase a una expresión de resignación, que se pronuncia cuando no se puede hacer otra cosa. Pero no es ésta su verdadera interpretación.
Mira, en la vida puedes elegir dos direcciones: hacer tu voluntad o libremente elegir hacer la voluntad de Dios.
Y tendrás dos experiencias: la primera, te desilusionará pronto, porque quieres treparte al monte de la vida con tus ideas limitadas, con tus medios, con tus pobres sueños, con tus fuerzas.
De aquí, antes o después, la experiencia de la rutina de una existencia que conoce el aburrimiento, lo inacabado, lo opaco y, a veces, la desesperación.
De aquí, una vida chata, aunque quieras hacerla colorida, que no te satisface nunca en lo íntimo, lo más profundo de ti.
De aquí, al final, una muerte que no deja huella: alguna lágrima y el inexorable total universal olvido.
La segunda experiencia: aquella en la que repites también tú:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Verás: Dios es como sol. Del sol parten muchos rayos que besan a cada uno de los hombres. Son la voluntad de Dios sobre ellos. En la vida, el cristiano, y también el hombre de buena voluntad, está llamado a caminar hacia el sol, en la luz de su propio rayo, diferente y distinto de todos los demás. Y cumplirá el maravilloso, particular designio que Dios tiene sobre él.
Si también tú haces así, te sentirás envuelto en una divina aventura jamás soñada. Serás actor y espectador al mismo tiempo de algo grande, que Dios obra en ti y, a través de ti, en la humanidad.
Todo lo que te suceda, como dolores y alegrías, gracias y desgracias, hechos notables (éxitos y buena suerte, accidentes o muertes de personas queridas), hechos insignificantes (el trabajo cotidiano en casa, en la oficina o en la escuela) todo, todo adquirirá un significado nuevo, porque te es ofrecido por la mano de Dios que es Amor. Él quiere, o permite, todo para tu bien. Y aunque primero lo pienses solamente por la fe, después verás con los ojos del alma un hilo de oro que liga acontecimientos y cosas y compone un magnífico bordado. El designio, justamente, de Dios sobre ti.
Tal vez esta perspectiva te atrae. Tal vez quieres sinceramente dar un sentido más profundo a tu vida.
Entonces escucha. Antes que nada te diré cuándo tienes que hacer la voluntad de Dios.
Piensa un poco: el pasado se fue y no puedes recuperarlo. No te queda más que ponerlo en la misericordia de Dios. El futuro todavía no existe. Lo vivirás cuando se vulva actual. En la mano tienes solamente el momento presente. Es en éste que debes tratar de cumplir la palabra:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Cuando quieres hacer un viaje – y la vida es también un viaje – estás tranquilo en tu asiento. No se te ocurre caminar por el vagón para adelante y para atrás.
Así haría quien quiere vivir la vida soñando un futuro que todavía no existe, o pensando en el pasado que jamás volverá.
No: el tiempo camina por sí mismo. Hace falta estar quietos en el presente y llegaremos al cumplimiento de nuestra vida aquí abajo.
Me preguntarás: ¿Cómo hago para distinguir la voluntad de Dios de la mía?
En el presente no es difícil saber cuál es la voluntad de Dios. Te indico un camino. Escucha dentro de ti: hay una voz sutil, quizás por ti sofocada demasiadas veces y que se ha vuelto casi imperceptible. Pero escúchala bien: es voz de Dios2 . Ella te dice que ése es el momento de estudiar, o de amar a quien necesita, o de trabajar, o de superar una tentación, o de seguir tu deber de cristiano, u otro de ciudadano. Ella te invita a escuchar a alguien que te habla en nombre de Dios, o a afrontar con valentía situaciones difíciles…
Escucha, escucha. No la hagas callar. Es el tesoro más precioso que posees. Síguela.
Y entonces, momento tras momento, construirás tu historia, que es historia humana y divina al mismo tiempo, porque está hecha por ti en colaboración con Dios. Y verás maravillas: verás lo que puede hacer Dios en una persona que dice, con toda su vida:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Chiara Lubich
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Oct 31, 2008 | Palabra de vida, Sin categorizar
No creas que, porque estás en el mundo, puedes nadar en él como un pez en el agua. No creas que, porque el mundo entra en tu casa a través de ciertas radios y de la televisión, estás autorizado a escuchar cualquier programa o a ver todas las transmisiones.
No creas que, porque recorres los caminos del mundo, puedes mirar impunemente todos los afiches y puedes comprarte en el kiosco o en la librería cualquier publicación indiscriminadamente. No creas que, porque estás en el mundo, todas las formas de vivir del mundo pueden ser tuyas: las experiencias fáciles, la inmoralidad, el aborto, el divorcio, el odio, la violencia, el hurto.
No, no. Tú estás en el mundo. ¿Y quién lo puede negar? Pero tú no eres del mundo .
Y esto representa una gran diferencia. Esto te clasifica entre los que no se nutren de las cosas que son del mundo sino de aquellas que te son expresadas por la voz de Dios dentro de ti. Esa voz está en el corazón de todo hombre y – si la escuchas – te hace entrar en un reino que no es de este mundo, donde se viven el amor verdadero, la justicia, la pureza, la mansedumbre, la pobreza, donde rige el dominio de uno mismo.
“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga”
¿Por qué muchos jóvenes escapan a Oriente, por ejemplo, a India, para encontrar un poco de silencio y captar el secreto de ciertos grandes espiritualistas que, por larga mortificación de su yo interior, dejan transparentar un amor (…) que impresiona a todos aquellos que se les acercan? Es la reacción natural al alboroto del mundo, al ruido que vive fuera y dentro de nosotros, que ya no deja espacio al silencio para escuchar a Dios. ¡Ay de mí! ¿Hace falta ir hasta la India, cuando desde hace dos mil años Cristo te dijo: “Renuncia a ti mismo… renuncia a ti mismo…”?
La vida cómoda y tranquila no es propia del cristiano, y Cristo no pidió y no te pide menos si lo quieres seguir. El mundo te embiste como un río crecido y debes caminar en contra de la corriente. El mundo para el cristiano es tupida espesura y hay que mirar dónde poner los pies. ¿Y dónde hay que hacerlo? En las huellas que Cristo mismo te marcó a su paso por esta tierra: son sus palabras. Hoy Él vuelve a decirte:
“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo…”.
Tal vez esto te exponga al desprecio, a la incomprensión, al escarnio, a la calumnia; esto te aislará, te invitará a mostrarse tal cual sos, a dejar un cristianismo a la moda. Pero hay más: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.”
Lo quieras o no, el dolor amarga cualquier existencia. También la tuya. Y pequeños y grandes dolores llegan todos los días. ¿Quieres esquivarlos? ¿Te rebelas? ¿Suscitan en ti manifestaciones de enojo? No eres cristiano.
El cristiano ama la cruz, ama el dolor, aun en medio de las lágrimas, porque sabe que tienen valor. No por nada entre los innumerables medios que Dios tenía a su disposición para salvar la humanidad, eligió el dolor.
Pero Él – recuérdalo – después de haber llevado la cruz y haber sido clavado, resucitó. La resurrección es también tu destino , si en lugar de despreciar el dolor que te procura tu coherencia cristiana y cualquier otro que la vida te presente, sabes aceptarlo con amor. Experimentarás entonces que la cruz es el camino, desde esta tierra, a una alegría jamás probada; la vida de tu alma comenzará a crecer. El reino de Dios en ti adquirirá consistencia y afuera, de a poco, el mundo desaparecerá ante tus ojos y te parecerá de cartón. Y no envidiarás más a nadie. Entonces te podrás llamar seguidor de Cristo. Y, como Cristo, a quien seguiste, serás luz y amor para las innumerables llagas que laceran a la humanidad de hoy.
Chiara Lubich
Sep 30, 2008 | Palabra de vida, Sin categorizar
La entrega desinteresada
¿Te sucedió alguna vez que al recibir un regalo de un amigo sentiste la necesidad de responder? ¿Y de hacerlo no tanto por saldar una deuda, sino por amor verdadero, de reconocimiento? Ciertamente que sí.
Si te pasa a ti, puedes imaginarte a Dios, a Dios que es Amor.
Él responde siempre a cada don que nosotros le hacemos a nuestros prójimos en nombre suyo. Es una experiencia que los cristianos verdaderos hacen, y a menudo. Y todas las veces es una sorpresa. Uno no se acostumbra nunca a la inventiva de Dios. Podría darte mil, diez mil ejemplos, podría escribir un libro con ejemplos. Verías cuánto hay de real en esa imagen: “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante”. Significa la abundancia con la que Dios responde, su magnanimidad.
“Ya había caído la noche sobre Roma. Y en ese departamento casi subterráneo el exiguo grupo de chicas que quería vivir el Evangelio se daba las buenas noches. En ese momento, suena el timbre. ¿Quién sería a aquella hora? Un hombre que se presentaba a la puerta en estado de pánico, desesperado: al día siguiente lo habrían desalojado junto a su familia de su casa por no pagar el alquiler. Las chicas se miraron y en un mudo acuerdo abrieron el cajoncito en el que, en sobres diferentes, habían guardado lo que quedaba de sus sueldos y una reserva para las facturas de gas, teléfono, luz. Le dieron todo a ese hombre, sin pensarlo. Esa noche durmieron felices. Alguien habría pensado en ellas. Todavía no clarea el día, cuando suena el teléfono. ‘Voy enseguida en taxi’, dice el hombre. Sorprendidas por la elección del medio de transporte, las chicas esperan. La cara del visitante dice que algo cambió: ‘Anoche, apenas volví a casa, me encontré con la noticia de una herencia que nunca hubiera imaginado recibir. Mi corazón me dijo que compartiera la mitad con ustedes’. La suma era exactamente el doble de lo que le habían dado generosamente.”
“Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante.”
¿Has hecho esta experiencia? Si no es así, recuerda que el don tiene que hacerse desinteresadamente, sin esperar el retorno, a cualquiera que pida.
Prueba. Pero hazlo no para ver el resultado, sino porque amas a Dios.
Me dirás: “Pero yo no tengo nada”.
No es verdad. Si queremos, tenemos tesoros inagotables. Nuestro tiempo libre, nuestro corazón, nuestra sonrisa, nuestro consejo, nuestra cultura, nuestra paz, nuestra palabra para convencer a quien tiene para que dé a quien no tiene…
Me dirás todavía: “No sé a quién dar”.
Mira alrededor: ¿Te acuerdas de ese enfermo en el hospital, de esa señora viuda siempre sola, de ese compañero que fue tan humillado, de ese joven desocupado siempre triste, de tu hermanito que necesita ayuda, de ese amigo que está en la cárcel, de ese aprendiz vacilante? Es en ellos que Cristo te espera.
Asume el nuevo comportamiento del cristiano – del que está impregnado todo el Evangelio – que es el del anti-encierro y de la anti- preocupación. Renuncia a sentirte seguro en los bienes de la tierra y apóyate en Dios. Así se evidenciará tu fe en Él, que será pronto confirmada por el don que te volverá.
Lógicamente, Dios no se comporta así para enriquecerte o para enriquecernos. Lo hace para que otros, muchos otros, viendo los pequeños milagros que recoge nuestro dar, hagan otro tanto.
Lo hace para que cuanto más tengamos, más podamos dar; para que – como verdaderos administradores de los bienes de Dios – hagamos circular cada cosa en la comunidad que nos rodea, hasta que se pueda decir como de la primera comunidad de Jerusalén: ninguno padecía necesidad .
¿No sientes que con esto colaboras en el entregar un alma segura a la revolución social que el mundo espera?
“Den, y se les dará”
Ciertamente, Jesús pensaba en primer lugar en la recompensa que tendremos en el Paraíso, pero cuanto sucede sobre esta tierra es ya un anuncio y una garantía.
Chiara Lubich
Ago 31, 2008 | Palabra de vida, Sin categorizar
«Amad a vuestros enemigos». ¡Esto sí que es fuerte! ¡Esto sí que transforma nuestro modo de pensar y nos hace a todos dar un giro al timón de nuestra vida!
Porque, no nos engañemos, algún enemigo…, pequeño o grande, todos lo tenemos.
Está ahí, detrás de la puerta del piso de al lado, en esa señora tan antipática e intrigante, que trato de evitar cada vez que va a entrar conmigo en el ascensor…
Está en ese familiar que hace treinta años ofendió a mi padre y por ello le he negado el saludo…
Se sienta detrás de tu pupitre, en el colegio, y no has vuelto a mirarle a la cara desde que te acusó ante el profesor…
Es esa chica que era amiga tuya y luego te dejó plantado para irse con otro…
Es ese comerciante que te ha engañado…
Son los que no piensan como nosotros en política, por lo cual los consideramos enemigos nuestros.
Igual que existen, y siempre han existido, los que ven como enemigos a los sacerdotes y odian a la Iglesia.
Pues bien, a todos éstos y a muchísimos otros que llamamos enemigos, hay que amarlos. ¿Hay que amarlos?
Sí, ¡hay que amarlos! Y no creas que podemos salir del paso sencillamente cambiando el sentimiento de odio por otro más benévolo.
Hay algo más.
Escucha lo que dice Jesús:
«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os maltratan»
¿Comprendes? Jesús quiere que venzamos al mal con el bien. Quiere un amor traducido en hechos concretos.
Podríamos preguntarnos: ¿cómo es que Jesús da un mandamiento semejante?
La verdad es que Él quiere modelar nuestro comportamiento según el de Dios, su Padre, «que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos»2.
Así es. No estamos solos en el mundo, tenemos un Padre y debemos parecernos a Él. Y no sólo esto, sino que Dios tiene derecho a que nos comportemos así porque, cuando éramos enemigos suyos y estábamos todavía en el mal, Él fue el primero3 en amarnos, enviándonos a su Hijo, que murió de ese modo tan terrible por cada uno de nosotros.
«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian…»
Esta lección la había aprendido el pequeño Jerry, ese niño negro de Washington que por tener un coeficiente alto de inteligencia había sido admitido en una clase especial con los demás chicos blancos. Pero la inteligencia no le había bastado para hacer comprender a los compañeros que era igual que ellos. Su piel negra le había acarreado el odio general; tanto que el día de Navidad todos los chicos se intercambiaron regalos ignorando a Jerry. El niño se puso a llorar; ¡se comprende! Pero al llegar a casa pensó en Jesús: «Amad a vuestros enemigos», y de acuerdo con su madre compró regalos y los distribuyó con amor entre todos sus «hermanos blancos».
«Amad a vuestros enemigos…, rezad por los que os maltratan»
¡Qué dolor aquel día para Isabel, una niña de Florencia, que al subir las escalinatas para ir a misa oyó que se burlaban de ella un grupo de compañeros de su edad! A pesar de que quería reaccionar contra ellos sonrió y, una vez en la iglesia, rezó mucho por ellos. Al salir la pararon y le preguntaron el motivo de su actitud. Ella les explicó que era cristiana y por tanto tenía que amar siempre. Lo dijo con una ardiente convicción. Y su testimonio fue premiado. Al domingo siguiente vio a todos aquellos jóvenes en la iglesia, atentísimos, y en primera fila.
Así es como acogen la Palabra de Dios los niños. Por eso son grandes delante de Él.
Quizá convenga que también nosotros arreglemos alguna situación, ya que seremos juzgados según juzguemos a los demás. De hecho somos nosotros los que damos a Dios la medida con la que Él nos medirá4. ¿Acaso no le pedimos: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»5? Por tanto, ¡amemos al enemigo! Sólo si actuamos así podremos arreglar las desuniones, destruir las barreras y construir la comunidad.
¿Es difícil? ¿Es penoso? ¿Nos quita el sueño sólo con pensarlo? Ánimo. No es el fin del mundo; un pequeño esfuerzo por nuestra parte y luego el 99 por 100 restante lo hace Dios y… en nuestro corazón habrá un torrente de alegría.
Chiara Lubich
1) Palabra de Vida escrita en mayo de 1978, publicada en “Ser tu Palabra”, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1980, pág. 17-20.
2) Mt 5, 45.
3) Cf 1 Jn 4, 19.
4) Cf Mt 7, 2.
5) Mt 6, 12.
Jul 31, 2008 | Palabra de vida, Sin categorizar
En todos los prójimos que encuentras durante el día –de la mañana a la noche–, trata de ver a Jesús.
Si tu ojo es simple, quien mira a través de él es Dios. Y Dios es Amor, y el amor quiere unir conquistando. ¡
Cuántos –equivocándose– miran a las criaturas y a las cosas para poseerlas! Y su mirada es egoísmo o envidia o, de cualquier modo, pecado. O miran dentro de sí mismos para poseerse, para poseer su alma, y su mirada está apagada, porque está aburrida o turbada.
El alma, a imagen de Dios, es amor; y el amor replegado sobre sí mismo es como la llama que, si no es alimentada, se apaga. Mira fuera de ti: no a ti, no a las cosas, no a las criaturas: mira al Dios fuera de ti para unirte con Él. Él está en el fondo de toda alma que vive, y, si el alma está muerta, es el sagrario de un Dios que espera, para alegría y expresión de la propia existencia. Mira, entonces, a cada hermano amando, y amar es donar.
Pero un don reclama otro don y serás, a tu vez, amado. Así, el amor es amar y ser amado: como en la Trinidad. Y Dios en ti arrebatará los corazones, y encenderá la Trinidad que quizá descansa en ellos, por la gracia, pero está apagada.
No enciendes la luz en un ambiente –aunque haya corriente eléctrica– hasta que no provocas el contacto de los polos. Así es la vida de Dios en nosotros: se pone en circulación para irradiarla más allá, para que testimonie, a su vez, Cristo: quien liga Cielo y tierra, hermano y hermano.
Mira por lo tanto a cada hermano donándote a él para donarte a Jesús, y Jesús se donará a ti. Es ley de amor: “Den, y se les dará” (Evangelio de Lucas 6,38).
Déjate poseer por él – por amor a Jesús –, déjate “comer” por él –como otra Eucaristía–; pon todo a su servicio, que es servicio de Dios, y el hermano vendrá a ti y te amará. Y en el amor fraterno está el cumplimiento de todo deseo de Dios, que es mandato: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.” (Evangelio de Juan 13, 34).
El amor es un Fuego que compenetra los corazones en fusión perfecta. Entonces reencontrarás en ti no más a ti mismo, no más al hermano, reencontrarás el Amor que es Dios viviente en ti. Y el Amor saldrá a amar a otros hermanos porque, simplificado el ojo, se reencontrará a sí mismo en los demás y todos serán uno. Y alrededor de ti crecerá la Comunidad: como alrededor de Jesús: doce, setenta y dos, miles…
Es el Evangelio que al fascinar –Luz en amor– arrebata y entusiasma.
Después, tal vez morirás sobre una cruz para no ser más que el Maestro, pero morirás por quien te crucifique, y así el amor tendrá la última victoria. Su linfa –esparcida en los corazones– no morirá. Fructificará, fecundando, alegría y paz y Paraíso abierto.
Y la gloria de Dios crecerá.
Pero tú debes ser aquí el Amor perfecto.
Chiara Lubich
Publicada en el diario “La Via”, 12 de noviembre de 1949, y reimpresa parcialmente en: Chiara Lubich, La doctrina espiritual, Bunos Aires 2005 pp. 116-117.