Dic 28, 2017 | Palabra de vida, Sin categorizar
La Palabra de vida de este mes recoge un versículo del himno de Moisés, un pasaje del Antiguo Testamento en el que Israel ensalza la intervención de Dios en su historia. Es un canto que proclama la acción decisiva de Dios para la salvación del pueblo durante el largo recorrido desde la liberación de la esclavitud en Egipto hasta la llegada a la tierra prometida. Es un camino que conoce dificultades y sufrimiento, pero que se realiza bajo la guía segura de Dios y mediante la colaboración de unos hombres, Moisés y Josué, que se ponen al servicio de su designio de salvación. «Tu diestra, Señor, es magnífica en poder». Cuando pensamos en el poder, lo asociamos fácilmente a la fuerza del poder, que suele ser causa de abusos y conflictos entre personas y entre pueblos. En realidad, la palabra de Dios nos revela que el verdadero poder, tal como se manifestó en Jesús, es el amor. Él recorrió toda su experiencia humana hasta la muerte para abrirnos el camino de la liberación y del encuentro con el Padre. Gracias a Él se manifestó el poderoso amor de Dios por el hombre. «Tu diestra, Señor, es magnífica en poder». Si nos miramos a nosotros mismos, hemos de reconocer con franqueza nuestras limitaciones. La fragilidad humana es una realidad innegable en todas sus expresiones: física, moral, psicológica y social. Y aquí es precisamente donde podemos experimentar el amor de Dios. En efecto, Él quiere la felicidad para todos los hombres, sus hijos, y por eso está siempre disponible a ofrecer su ayuda poderosa a todos los que se ponen dócilmente en sus manos para construir el bien común, la paz y la fraternidad. Esta frase ha sido elegida sabiamente para celebrar en este mes la «Semana de oración por la unidad de los cristianos». Cuánto sufrimiento hemos sido capaces de infligirnos mutuamente en estos siglos, ahondando grietas y sospechas, dividiendo comunidades y familias. «Tu diestra, Señor, es magnífica en poder». Necesitamos pedir mediante la oración la gracia de la unidad, como un don de Dios; al mismo tiempo podemos también ofrecernos para ser instrumentos del amor de Dios para construir puentes. Con ocasión de un congreso en el Consejo Ecuménico de las Iglesias en Ginebra en 2002, Chiara Lubich fue invitada a ofrecer su pensamiento y su experiencia, y dijo: «El diálogo se desarrolla de este modo: ante todo nos ponemos en el mismo plano que nuestro interlocutor, quienquiera que sea; luego lo escuchamos haciendo el vacío completo dentro de nosotros … De este modo acogemos al otro en nosotros y lo comprendemos … Porque así, escuchado con amor, el otro es estimulado a oír también nuestra palabra»1. En este mes aprovechemos nuestros contactos diarios para afianzar o recuperar relaciones de afecto y amistad con personas, familias o grupos pertenecientes a Iglesias distintas de la nuestra. Y ¿por qué no extender nuestra oración y nuestra acción también a las fracturas dentro de nuestra propia comunidad eclesial, como también en la política, en la sociedad civil y en las familias? Podremos testimoniar también nosotros con alegría: «Tu diestra, Señor, es magnífica en poder». Letizia Magri ___________________________________________ 1 Cf. C. LUBICH, «La unidad y Jesús abandonado, fundamento para una espiritualidad de comunión», Ginebra 28-10-2002.
Nov 29, 2017 | Palabra de vida, Sin categorizar, Spiritualità
En su casa de Palestina, un lugar anónimo en la periferia del potente Imperio Romano, una mujer joven recibe una visita inesperada y estremecedora: un mensajero de Dios le trae una invitación y espera su respuesta. «Alégrate», le dice el ángel al saludarla; y luego le revela el amor gratuito de Dios por ella y le pide que colabore en el cumplimiento de su designio sobre la humanidad. María acoge con estupor y alegría el don de este encuentro personal con el Señor y, por la plena confianza que deposita en el amor de Dios, también ella se entrega totalmente a este proyecto aún desconocido. Con su «¡Heme aquí!» generoso y total, María se pone con decisión al servicio de Él y de la humanidad y, con su ejemplo, indica a todos un modo luminoso de adhesión a la voluntad de Dios. «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». Meditando esta frase del Evangelio, Chiara Lubich escribió: «Para cumplir sus designios, Dios solo necesita personas que se entreguen a Él con toda la humildad y la disponibilidad de una sierva . Con su actitud, María –verdadera representante de la humanidad, cuyo destino asume– deja todo el espacio a Dios para su actividad creadora. Pero ya que “siervo del Señor”, además de expresar humildad era también un título de nobleza que se atribuía a los grandes servidores de la historia de la salvación, como Abrahán, Moisés, David y los profetas, con estas palabras María afirma toda su grandeza».[1] «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». También nosotros podemos descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y escuchar esa «palabra» que nos dirige a cada uno para invitarnos a hacer realidad en la historia, aquí y ahora, un fragmento de su designio de amor. Pero podríamos sentirnos bloqueados por nuestra fragilidad y por una sensación de ineptitud. En ese caso, hagamos nuestra la palabra del ángel: «Nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37) y confiemos en su poder más que en nuestras fuerzas. Es una experiencia que nos libera de condicionamientos y de la presunción de bastarnos a nosotros mismos, pone de manifiesto nuestras mejores energías y unos recursos que no creíamos tener y nos hace capaces de responder con el amor. Cuenta una pareja de casados: «Desde el comienzo de nuestro matrimonio abrimos nuestra casa a los familiares de niños hospitalizados en la ciudad donde vivimos. Han pasado por casa más de cien familias, y siempre hemos procurado ser una familia para ellos. Muy a menudo la Providencia nos ha ayudado a sostener económicamente esta acogida, pero contando con nuestra disponibilidad previa. Hace poco recibimos una suma de dinero y pensamos dejarla en reserva: seguro que le vendría bien a alguien. De hecho, al poco tiempo nos llegó otra petición. Es todo un juego de amor con Dios, y nosotros solo tenemos que ser dóciles y estar al quite». «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra». A vivir esta frase del Evangelio nos puede ayudar la sugerencia de Chiara de acoger la Palabra de Dios como hizo María: «…con total disponibilidad, sabiendo que no es palabra de hombre. Siendo Palabra de Dios, contiene en sí la presencia de Cristo. Así pues, acoge a Cristo en ti en su Palabra. Y con una prontitud muy activa, ponla en práctica momento a momento. Si lo haces, el mundo volverá a ver pasar a Cristo por las calles de nuestras ciudades modernas; a Cristo en ti, vestido como todos, trabajando en las oficinas, en las escuelas, en los lugares más variados, en medio de todos»[2]. En este tiempo de preparación para la Navidad, busquemos también nosotros, como hizo María, algún rato para estar cara a cara con el Señor, por ejemplo leyendo una página del Evangelio. Procuremos reconocer su voz en nuestra conciencia, iluminada así por la Palabra y sensible ante las necesidades de los hermanos con los que nos cruzamos. Preguntémonos: ¿de qué modo puedo ser una presencia de Jesús hoy y así contribuir, allí donde vivo, a transformar la convivencia humana en una familia? El «Heme aquí» con el que responderemos hará que Dios siembre la paz en torno a nosotros y acreciente la alegría en nuestro corazón. LETIZIA MAGRI ______________________________________ [1] C. Lubich, «No pierdas esta ocasión»: Palabra de vida, diciembre 1981: cf. Ciudad Nueva n. 162 (1981/12), p. 21. [2] Ibid.
Oct 29, 2017 | Palabra de vida, Sin categorizar, Spiritualità
Dirigiéndose a la muchedumbre que lo seguía, Jesús anunciaba la novedad del estilo de vida de quienes quieren ser sus discípulos, un estilo «a contracorriente» con respecto a la mentalidad más difundida (cf. Mt 23, 1-12). En su tiempo, al igual que hoy, era común hacer discursos moralistas y luego no vivir con coherencia, sino más bien buscar para uno mismo puestos de prestigio social, modos de destacar y de servirse de los demás para conseguir ventajas personales. Jesús les pide a los suyos una lógica completamente distinta en las relaciones con los demás; la que Él mismo vivió: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor». En un encuentro con personas deseosas de descubrir cómo vivir el Evangelio, Chiara Lubich compartió así su experiencia espiritual: «Debemos dirigir siempre la mirada al único Padre de muchos hijos. Después, mirar a todas las criaturas como hijas del único Padre… Jesús, modelo nuestro, nos enseñó solo dos cosas, que son una: a ser hijos de un solo Padre y a ser hermanos los unos de los otros… Así pues, Dios nos llamaba a la fraternidad universal»[1]. Aquí está la novedad: en amar a todos como hizo Jesús, porque todos –tú, yo, cualquier persona en esta tierra– son hijos de Dios, amados y esperados por Él desde siempre. Así descubrimos que el hermano al que hay que amar concretamente, con los músculos, es cada una de las personas que se cruzan con nosotros cada día. Es mi padre, mi suegra, mi hijo pequeño o ese más rebelde; el preso, el mendigo, el discapacitado; el jefe y la señora de la limpieza; el compañero de partido y quien tiene ideas políticas distintas de las mías; el que es de mi credo y cultura y también el extranjero. La actitud propiamente cristiana para amar al hermano es servirle: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor». Dice también Chiara: «Aspirar continuamente al primado evangélico poniéndonos lo más posible al servicio del prójimo […] Y ¿cuál es el mejor modo de servir? Hacernos uno con cada persona con que nos encontramos, sintiendo en nosotros sus sentimientos: resolverlos como cosa nuestra, que hemos hecho nuestra por amor […] Es decir, dejar de vivir replegados en nosotros mismos, procurar llevar sus pesos y compartir sus alegrías»[2]. Cualquier capacidad y cualidad positiva que tengamos, todo aquello por lo que podríamos sentirnos «grandes», es una oportunidad de servicio irrenunciable: la experiencia en el trabajo, la sensibilidad artística, la cultura; así como la capacidad de sonreír y de hacer reír; el tiempo que dedicamos a escuchar a alguien que duda o que sufre; las energías de la juventud, como también la potencia de la oración cuando fallan las fuerzas físicas. «El mayor entre vosotros será vuestro servidor». Y este amor evangélico desinteresado enciende antes o después en el corazón del hermano el mismo deseo de compartir, renueva las relaciones en la familia, en la parroquia, en los lugares de trabajo o de diversión, y sienta las bases de una nueva sociedad. Cuenta Hermez, un adolescente de Oriente Próximo: «Era domingo, y nada más despertarme le pedí a Jesús que me iluminase para amar todo el día. Mis padres se habían ido a misa y se me ocurrió limpiar y ordenar la casa. Procuré esmerarme en los detalles y ¡hasta puse flores en la mesa! Luego preparé el desayuno disponiéndolo bien todo. Cuando volvieron mis padres, se mostraron sorprendidos y felices. Aquel domingo desayunamos con una alegría como nunca, dialogamos sobre muchas cosas, y pude compartir con ellos los gestos de amor que había hecho durante toda la semana. Aquel pequeño acto de amor le había dado el tono a un día espléndido». LETIZIA MAGRI ___________________________ [1] C. Lubich, La unidad en los albores del Movimiento de los Focolares, Payerne (Suiza), 26-9-1982. [2] Ibid.
Sep 28, 2017 | Palabra de vida, Sin categorizar
El apóstol Pablo escribe una carta a la comunidad cristiana de la ciudad de Filipo mientras está en la cárcel a causa de su predicación. Precisamente él ha sido el primero en llevar allí el Evangelio, y muchos han creído y se han comprometido con generosidad en la nueva vida, testimoniando el amor cristiano después de que Pablo haya tenido que irse. Estas noticias le dan una gran alegría, y por eso su carta está llena de afecto a los filipenses. Pablo los alienta a progresar, a seguir creciendo personalmente y como comunidad, y para ello les recuerda su modelo, del cual aprender el estilo de vida evangélico. «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo». Y ¿qué «sentimientos» son esos? ¿Cómo es posible conocer los deseos profundos de Jesús para poder imitarlo? Pablo ha comprendido que Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se vació de sí mismo y vino en medio de nosotros; se hizo hombre, totalmente al servicio del Padre, para permitirnos a nosotros convertirnos en hijos de Dios[1]. Llevó a cabo su misión viviendo toda su existencia de este modo: abajándose continuamente para ponerse a la altura de los más pequeños, los débiles e inseguros, y así aliviarlos y que se sintiesen por fin amados y salvados: el leproso, la viuda, el extranjero, el pecador. «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo». Para reconocer y cultivar en nosotros los sentimientos de Jesús, reconozcamos ante todo en nosotros la presencia de su amor y el poder de su perdón; luego mirémoslo a Él y hagamos nuestro su estilo de vida, que nos apremia a abrir el corazón, la mente y los brazos para acoger a cada persona tal como es. Evitemos cualquier juicio a los demás, y en lugar de eso dejemos que nos enriquezca lo positivo de cada persona con quien nos encontramos, aunque esté oculto tras un cúmulo de miserias y errores y nos parezca una «pérdida de tiempo» buscarlo. El sentimiento más fuerte de Jesús que podemos adoptar es el amor gratuito, la voluntad de ponernos a disposición de los demás con nuestros pequeños o grandes talentos, para construir con valentía y concretamente relaciones positivas en todos los lugares donde vivimos; es saber afrontar también las dificultades, incomprensiones y divergencias con espíritu de mansedumbre y con la determinación de encontrar caminos de diálogo y de concordia. «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo». Chiara Lubich, que durante toda la vida se dejó guiar por el Evangelio y experimentó su poder, escribió: «Imitar a Jesús significa comprender que los cristianos tenemos sentido si vivimos por los demás, si concebimos nuestra existencia como un servicio a los hermanos, si planteamos toda nuestra vida sobre esta base. Entonces habremos realizado lo que más le importa a Jesús. Habremos comprendido el Evangelio. Y seremos en verdad bienaventurados»[2]. LETIZIA MAGRI ___________________________________________________ [1] Cf. Ga 4, 6: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre»; y también Jn 1, 12: «A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» [2] Cf. C. Lubich, Palabra de vida, abril de 1982: comentario a Jn 13, 14: Ciudad Nueva n.166 (1982/4), p. 26.
Ago 28, 2017 | Palabra de vida, Sin categorizar
Jesús está en la plenitud de su vida pública, en medio de su anuncio de que el Reino de Dios está cerca, y se prepara para ir a Jerusalén. Sus discípulos, que han intuido la grandeza de su misión y han reconocido en Él al Enviado de Dios que todo el pueblo de Israel aguardaba, esperan por fin liberarse del poder de Roma y ver el alba de un mundo mejor, portador de paz y prosperidad. Pero Jesús no quiere alimentar esas ilusiones; dice claramente que su viaje hacia Jerusalén no lo llevará al triunfo, sino más bien al rechazo, al sufrimiento y a la muerte; revela también que al tercer día resucitará. Son palabras tan difíciles de entender y de aceptar que Pedro reacciona y muestra su rechazo a un proyecto tan absurdo; incluso intenta disuadir a Jesús. Después de una seria regañina a Pedro, Jesús se dirige a todos los discípulos con una invitación desconcertante: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Con estas palabras, ¿qué les pide Jesús a sus discípulos de ayer y de hoy? ¿Quiere que nos despreciemos a nosotros mismos, que nos volquemos todos en una vida ascética? ¿Nos pide que busquemos el sufrimiento para ser más gratos a Dios? Esta Palabra nos exhorta más bien a seguir los pasos de Jesús acogiendo los valores y exigencias del Evangelio para parecernos cada vez más a Él. Lo cual significa vivir con plenitud la vida entera, como hizo Él, incluso cuando aparece en el camino la sombra de la cruz. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». No podemos negarlo: cada uno tiene su cruz. El dolor, con sus variadas caras, forma parte de la vida humana, pero nos parece incomprensible, contrario a nuestro deseo de felicidad. Pero ahí es precisamente donde Jesús nos enseña a descubrir una luz inesperada. Como sucede cuando, al entrar en algunas iglesias, descubrimos lo maravillosas y luminosas que son sus vidrieras, que desde fuera parecían oscuras y sin belleza. Si queremos seguirlo, Jesús nos pide que trastoquemos completamente nuestros valores, quitándonos nosotros del centro del mundo y rechazando la lógica de buscar el interés personal. Nos propone que prestemos más atención a las necesidades de los demás que a las nuestras; que usemos nuestras energías para hacer felices a los demás, como Él, que no perdió ocasión de consolar y dar esperanza a aquellos con quienes se encontraba. Y por este camino de liberación del egoísmo podemos comenzar a crecer en humanidad, a conquistar la libertad que realiza plenamente nuestra personalidad. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Jesús nos invita a ser testigos del Evangelio aun cuando esta fidelidad sea puesta a prueba por pequeñas o grandes incomprensiones del entorno social en que vivimos. Jesús está con nosotros, y quiere que nos juguemos la vida con Él por el ideal más atrevido: la fraternidad universal, la civilización del amor. Esta radicalidad en el amor es una exigencia profunda del corazón humano, tal como atestiguan personalidades de tradiciones religiosas no cristianas que han seguido la voz de la conciencia hasta el fondo. Escribe Gandhi: «Si alguien me matase y yo muriese con una oración por mi asesino en los labios y el recuerdo de Dios y la consciencia de su viva presencia en el santuario de mi corazón, solo entonces se podrá decir que poseo la no- violencia de los fuertes»1. Chiara Lubich encontró en el misterio de Jesús crucificado y abandonado la medicina para sanar cualquier herida personal y cualquier desunidad entre personas, grupos y pueblos, y compartió con muchos este descubrimiento. En 2007, con ocasión de un congreso de movimientos y comunidades de distintas Iglesias en Stuttgart (Alemania), escribió: «También cada uno de nosotros sufre en la vida dolores por lo menos un poco semejantes a los de Él. […] Cuando sentimos […] estos dolores, acordémonos de Él, que los hizo suyos: son poco menos que una presencia de Él, un modo de participar en su dolor. Hagamos como Jesús, que no permaneció petrificado, sino que añadió a ese grito las palabras: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 46) y volvió a abandonarse en el Padre. Como Él, también nosotros podemos ir más allá del dolor y superar la prueba diciéndole: “En ella te amo a ti, Jesús abandonado; te amo a ti, me recuerda a ti, es una expresión de ti, un rostro tuyo”. Y si en el momento siguiente nos lanzamos a amar al hermano y a la hermana y a hacer lo que Dios quiere, la mayoría de las veces experimentamos que el dolor se transforma en alegría […]. Los pequeños grupos en que vivimos […] pueden conocer pequeñas o grandes divisiones. También en ese dolor podemos ver su rostro, superar ese dolor en nosotros y hacer lo que sea con tal de recomponer la fraternidad con los demás. […] La cultura de la comunión tiene como camino y modelo a Jesús crucificado y abandonado»2. LETIZIA MAGRI ________________________________
- M. K. GANDHI, Antiche come le montagne, Ed. di Comunità, Milán 1965, pp. 95-96.
- C. LUBICH, «Por una cultura de comunión», Encuentro Internacional «Juntos por Europa», Stuttgart (Alemania), 12-5- 2007: sito web http://www.together4europe.org/
Jul 28, 2017 | Palabra de vida, Sin categorizar
Este salmo es un canto de gloria para celebrar la realeza del Señor, que domina sobre toda la historia: es eterna y majestuosa, pero se expresa en la justicia y en la bondad y se parece más a la cercanía de un padre que al poder de un dominador. Dios es el protagonista de este himno, que revela su ternura sobreabundante como la de una madre: Él es misericordioso, piadoso, lento a la ira, grande en el amor, bueno con todos… La bondad de Dios se ha manifestado hacia el pueblo de Israel, pero se extiende sobre todo lo que ha salido de sus manos creadoras, sobre cada persona y sobre toda la creación. Al final del salmo, el autor invita a todos los vivos a unirse a este canto para multiplicar su anuncio, en un armonioso coro de muchas voces: «Bueno es Yahvé para con todos, tierno con todas sus criaturas». Dios mismo confió la creación a las manos laboriosas del hombre y de la mujer, como libro abierto en el que está escrita su bondad. Y ellos están llamados a colaborar en la obra del Creador y a añadir páginas de justicia y de paz caminando según su designio de amor. Pero, por desgracia, lo que vemos a nuestro alrededor son las muchas heridas infligidas a personas muchas veces indefensas y al entorno natural. Y es debido a la indiferencia de muchos y al egoísmo y la voracidad de quienes explotan las grandes riquezas del entorno solo para sus intereses, en perjuicio del bien común. En los últimos años se ha abierto camino en la comunidad cristiana una nueva consciencia y sensibilidad en favor del respeto a la creación; desde esta perspectiva podemos recordar muchos llamamientos autorizados que nos animan a redescubrir la naturaleza como espejo de la bondad divina y patrimonio de toda la humanidad. Así lo expresa el patriarca Bartolomé I en su Mensaje para la Jornada de la Creación del año pasado: «Se requiere una vigilancia continua, formación y enseñanza, de modo que quede clara la relación de la crisis ecológica actual con las pasiones humanas […] cuyo […] resultado y fruto es la crisis ambiental en que vivimos. Por tanto, el único camino lo constituye el retorno a la belleza antigua […] de la moderación y de la ascesis, que pueden llevar a gestionar sabiamente el entorno natural. En particular la avidez, con la satisfacción de las necesidades materiales, lleva con certeza a la pobreza espiritual del hombre, la cual comporta la destrucción del entorno natural»1. Y el papa Francisco ha escrito en el documento Laudato si’: «El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno solo puede ser gratuito […]. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes aunque no se sometan a nuestro control. […] Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos»2. Así pues, aprovechemos algún rato libre de las tareas laborales, o todas las ocasiones que tengamos durante el día, para dirigir la mirada a la profundidad del cielo, la majestad de las cimas y la inmensidad del mar, o si no a una simple brizna de hierba que ha brotado a la orilla del camino. Nos ayudará a reconocer la grandeza del Creador amante de la vida y a encontrar la raíz de nuestra esperanza en su infinita bondad, que todo lo envuelve y acompaña. Elijamos para nosotros y para nuestra familia un estilo de vida sobrio, respetuoso con las exigencias del entorno y proporcionado a las necesidades de los demás, para enriquecernos de amor. Compartamos los bienes de la tierra y del trabajo con los hermanos más pobres y testimoniemos esta plenitud de vida y de alegría haciéndonos portadores de ternura, benevolencia y reconciliación en nuestro entorno. LETIZIA MAGRI ______________________________
- Cf. BARTOLOMÉ I, Mensaje para la Jornada de la Creación, 1-9-2016.
- Cf. FRANCISCO, carta encíclica Laudato si’, 24-5-2015, nn. 228-229.