Abr 30, 2012 | Spiritualità
Video (italiano) - Discurso programático de Chiara Lubich
Genfest’90
Parte del discurso programático de Chiara Lubich en el Palacio de los Deportes Sport, EUR a 20.000 jóvenes
« (…) Imaginemos que ante nuestros ojos pasen algunas escenas sintomáticas del mundo de hoy. Observamos en el este europeo, en las naciones que han visto los recientes cambios, gente que exulta de alegría porque alcanzó la libertad, junto a otra asustada y decepcionada, deprimidas por la caída de sus ideales. Leemos en algunos rostros amenazas de revancha, de venganza, incluso de odio. Y pensamos: ¿qué diría Jesús si se presentara en medio de ellos? Estamos seguros, hoy como entonces una vez más hablaría de amor: ‘Ámense – diría – como yo los he amado” (cf Jn 15,12). Y solamente juntos, en la concordia, en el perdón, se puede construir un futuro sólido. Trasladémonos, como por sucesivas imágenes disolventes, a otros lugares, a un país de América latina, por ejemplo: por un lado rascacielos, a menudo modernas catedrales erigidas al dios-consumo, y por otro mocambos, villas miseria, favelas y miseria, miseria física y moral, enfermedades de todo tipo. ¿Qué diría Jesús ante esta visión desoladora?
“Les había dicho que se amaran. No lo hicieron, aquí tienen las consecuencias”. Y si otros cuadros nos mostraran, como en un collage, fragmentos de ciudades, conocidas como las más ricas del mundo y otras con la técnica más avanzada, junto a panoramas desérticos con hombres, mujeres y niños que mueren de hambre. ¿Qué diría Jesús si apareciera allí, precisamente? “Ámense”. ¿O si viéramos imágenes de luchas raciales con matanzas e violaciones de derechos humanos… O interminables conflictos como los de Medio Oriente, con el derrumbe de casas, heridos, muertos y la constante y mortal caída de bombas o de otras armas homicidas? Preguntémonos aún: ¿qué diría Jesús ante esta enorme cantidad de dramas? “Les había dicho que se quisieran. Ámense como yo los he amado”. Sí, así diría ante esto y ante las más graves situaciones del mundo actual. Pero su palabra no es sólo un lamento por lo que no ha sido hecho. Hoy la repite con más fuerza que nunca. Porque Él murió pero resucitó y – como ha prometido – está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y lo que dice tiene una importancia inmensa. Porque este “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” es la clave para solucionar todos los problemas, es la respuesta fundamental a los males del hombre. Los “Jóvenes por un mundo unido” solo podrán llevar a cabo su tarea de cooperar a dar al mundo un alma, si le darán al mundo, nuevamente, el amor. Ciertamente: este amor no es lo quede parecer a simple vista, no es una broma. Es exigente y fuerte pero tiene el poder de cambiar el mundo.
Jesús a este mandamiento del amor lo llamó “mío” y “nuevo”, porque es típicamente suyo, habiéndolo colmado de un contenido particular y nuevo. “Ámense – ha dicho – como yo los he amado”. Y Él dio la vida por nosotros. Entonces, aquí se pone en juego la vida. Y un amor dispuesto a dar la vida por los hermanos es lo que Él también nos pide. Para Él no es suficiente la amistad o la benevolencia hacia los demás; no le basta la filantropía ni solo la solidaridad. El amor que nos pide no se agota en la no-violencia. Es algo activo, muy activo. Nos pide que no vivamos para nosotros mismos, sino para los otros. Y esto exige sacrificios, esfuerzos. Nos pide a todos que, de hombres pusilánimes y egoístas, concentrados en nuestros intereses, en nuestras cosas, nos transformemos en pequeños héroes cotidianos que, día tras día, están al servicio de los hermanos, dispuestos incluso a dar hasta la vida por ellos.
Queridos jóvenes, a esto los llama vuestra vocación, si no quieren que sus ideales se desvanezcan como meras utopías. Tienen que amar así, amarse así, siendo ustedes los primeros en testimoniar este amor antes de sugerirlo a los demás. Testigos, modelos: que el mundo vea cómo se aman y pueda repetir como lo hacía de los primeros cristianos: “Mira como se aman y los unos están dispuestos a morir por los otros”. Entonces será puesta la base segura, será profunda la raíz del árbol que queremos ver florecer. De hecho, este amor recíproco entre ustedes provocará consecuencias de un valor – digamos – infinito, porque donde hay amor allí está Dios y – como Jesús dijo: “Donde dos o tres están unidos en mi nombre, es decir en su amor, yo estoy en medio de ellos”, (Mt 18,20). Tendrán a Cristo entre ustedes, al mismo Cristo, el
omnipotente, y de él podrán esperarlo todo. Será Él mismo quien obrará con ustedes en sus países, porque él volverá en cierto modo al mundo, a todos los lugares donde ustedes se encuentren, esto será posible gracias al amor recíproco, a la unidad que tengan. Y él los iluminará en todo lo que tendrán que hacer, los guiará, los sostendrá, será vuestra fuerza, vuestro ardor, vuestra alegría. Por Él, el mundo alrededor de ustedes se convertirá a la concordia, y cada división desaparecerá.
Lo dijo Él: “Que sean uno y el mundo creerá” (cf Gv 17, 21). Ustedes se han propuesto una grandiosa tarea y sólo él puede ser el líder de la batalla. Entonces, amor entre ustedes y amor sembrado en muchos rincones de la tierra, en los individuos, en los grupos, entre naciones, con todos los medios, para que sea realidad la invasión de amor de la cual muchas veces hablamos, y tome cuerpo, también por vuestra contribución, la civilización del amor que todos esperamos. Están llamados a esto. Y verán cosas grandes. Piensen: si Dios ha vencido en el trozo de historia que hemos vivido, ¿qué sucederá si a la acción directa de Dios se agrega la de los jóvenes, de muchos jóvenes conducidos por Cristo, presente entre ellos por el amor? ¡Vayan adelante, entonces, sin vacilar! La juventud que tienen no hace cálculos, es generosa:
aprovéchenla. Vayan adelante ustedes católicos y ustedes cristianos que creen en Cristo. Vayan adelante ustedes que profesan otras religiones, sustentados por los nobles principios en los que se apoyan. Vayan adelante ustedes que tienen una cultura diferente, que a lo mejor no conocen a Dios, pero que sienten en el corazón la exigencia de poner todos los esfuerzos en el ideal de un mundo unido. Todos tomados de la mano, ¡estén seguros de que la victoria será de ustedes!».
Chiara Lubich
Dic 7, 2011 | Chiara Lubich, Spiritualità
Soundtrack italiano © Charisma Productions (UK)
“Siempre he tenido una fe fuerte y, junto a la fe, estaba el amor por Dios. Pero lo conocía un poco como todos: lejano, quizá más allá de las estrellas. El momento fulminante fue a los 23 años, cuando comenzó a funcionar este carisma”. “Dios habla a través de las circunstancias, las personas, los encuentros, lo que sucede. Yo recuerdo que estaba en casa, estudiaba, mi madre quería que yo estudiara siempre, que no perdiera tiempo en nada, solo estudiar; mientras que tenía dos hermanas, dos más pequeñas, que hacían muchas otras cosas. Un día, era un día muy frío. Nosotros éramos más bien pobres. Antes habíamos sido más ricos, después sin embargo, por las circunstancias… Y mi madre dijo: “Es necesario ir a buscar la leche”. Teníamos siempre que ir con la botella a buscar la leche a un kilómetro y medio de distancia. Y la primera de mis hermanas pequeñas, dijo: “Yo no voy, porque hace frío, está demasiado frío, es imposible”. Y la otra: “Yo no voy”. Yo ya había comprendido que era importante amar; ya había comprendido, antes todavía de nuestro Ideal, y dije: “Hago un acto de amor: voy yo”. Se lo dije a mi madre: “Mamá, voy yo”. Y cogí esa botella, fui a lo largo de ese camino hacia el lugar donde debía ir, y a mitad de camino… allí fue… tuve como la impresión, una simple impresión, pero era como si el Cielo se abriera, y sentí dentro de mí: “Date toda a mí, date toda a mí” y comprendí que era la llamada. Entonces fui a buscar la leche, volví, estuve callada con todos. Escribí al confesor, y él me dijo: “Venga que hablaremos” Entonces se usaba hacer así: hacer la parte, como se dice, del diablo: decir todas las dificultades. Y me dijo: “¡Ud. se quedará sola! Si quiere consagrarse a Dios quedará sola. Y su hermano y sus hermanas se casarán, y tendrán hijos; Ud. sola!” Yo respondí: “Mientras haya un sagrario, yo no estaré sola”. Y él consultó con una persona, un padre muy anciano, de esos expertos, y me dio el permiso en seguida de consagrarme a Dios inmediatamente, para toda la vida. Y aquel día fui, él había preparado un reclinatorio en una Iglesia; yo debía ir allí, oír Misa. Tenía un misal pequeño, bonito. Y recuerdo que antes de pronunciar: “Soy toda tuya”, comprendí lo que estaba haciendo; era como si detrás de mí cayera un puente: ya no podía volver atrás. Y me acuerdo que me cayó una lágrima. Pero hice mi voto, voto, en definitiva, desposé a Dios. Y después volví a casa, y mi impresión era ésta: te has casado con Dios: espérate cualquier cosa. Y yo estaba en espera de algo grande. No me habría jamás imaginado, naturalmente, un Movimiento como éste, que va más allá de todas las fuerzas humanas. Recuerdo que me habían dicho que pasara en vela la noche anterior, que rezara; pero me parecían prácticas un poco… no muy justas para mí. Estuve un par de horas y después… tenía un crucifijo. Al día siguiente, volviendo a casa, después de este voto, compré tres claveles rojos. Mi madre me dijo: “Pero, ¿a dónde vas?” “A una ceremonia”. Sentía que no era necesario decirlo. En efecto el Evangelio dice que no todos comprenden; solo aquellos que son llamados comprenden. Por otro lado, yo daba clases, daba clases a algunas compañeras, y con ellas enseguida… Me veían tan feliz: “Pero ¿qué tienes Chiara, que tienes? Entonces les conté y ellas: “Nosotras también”. Y poco a poco se prepararon: así comenzó el Movimiento. Pero mientras tanto, con mi voto, fue puesta la primera piedra, sólida, para siempre”. Extraído de “Cara a cara – Chiara Lubich y Sandra Hogget” (1º Parte) Rocca di Papa (Roma), 18 de abril de 2002
May 1, 2011 | Chiara Lubich, Palabra de vida, Sin categorizar, Spiritualità
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu inteligencia».
Jesús nos enseña también otro modo de amar al Señor. Para Jesús, amar significó hacer la voluntad de su Padre, poniendo a su disposición inteligencia, corazón, energías, la misma vida: se entregó completamente al proyecto que el Padre tenía para Él. El Evangelio nos lo muestra orientado siempre y totalmente al Padre (cf. Jn 1, 18), siempre en el Padre, anhelando siempre decir sólo lo que había oído a su Padre, llevar a cabo sólo lo que el Padre le había dicho que hiciera. A nosotros nos pide lo mismo: amar significa hacer la voluntad del Amado sin medias tintas, con todo nuestro ser: «con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu inteligencia». Porque el amor no es sólo un sentimiento: «¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?» (Lc 6, 46), les pregunta Jesús a quienes aman sólo con palabras.
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu inteligencia».
¿Cómo vivir este mandamiento de Jesús? Manteniendo, desde luego, una relación filial y de amistad con Dios, pero sobre todo haciendo lo que Él quiere. Nuestra actitud con Dios será, como la de Jesús, estar siempre orientados hacia el Padre, atentos a Él, obedeciendo, para llevar a cabo su obra, sólo ésa y nada más.
En esto se nos pide la mayor radicalidad, porque a Dios hay que dárselo todo: todo el corazón, toda el alma, toda la inteligencia. Y esto significa hacer bien, por completo, esa acción que Él nos pide.
Para vivir su voluntad y conformarse a ella, a menudo será necesario quemar la nuestra y sacrificar todo lo que tenemos en el corazón o en la mente que no se refiera al presente. Puede ser una idea, un sentimiento, un pensamiento, un deseo, un recuerdo, una cosa, una persona…
Y así estaremos plenamente en lo que se nos pide en el momento presente. Hablar, llamar por teléfono, escuchar, ayudar, estudiar, rezar, comer, dormir, vivir su voluntad sin divagar; realizar acciones completas, limpias, perfectas, con todo el corazón, el alma, la inteligencia; tener como único móvil de cada acción el amor para poder decir en cada momento del día: «Sí, Dios mío, en este momento, en esta acción te he amado con todo mi corazón, con todo mi ser». Sólo así podemos decir que amamos a Dios, que correspondemos a su amor para con nosotros.
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu inteligencia».
Para vivir esta Palabra de vida será útil analizarnos de vez en cuando para ver si Dios está en el primer lugar de nuestra alma.
Y entonces, como conclusión, ¿qué debemos hacer este mes? Elegir nuevamente a Dios como único ideal, como el todo de nuestra vida, volverlo a poner en el primer lugar y vivir con perfección su voluntad en el momento presente. Debemos poder decirle con sinceridad: «Mi Dios y mi todo», «Te amo», «Soy toda tuya», «¡Eres Dios, eres mi Dios, nuestro Dios de amor infinito!».
[1] Palabra de vida, octubre 2002, publicada en Ciudad Nueva, nº 392, pág. 24.