Movimiento de los Focolares
Palmira Frizzera: Dios como ideal

Palmira Frizzera: Dios como ideal

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Palmira con Chiara Lubich

«Llevar el amor de Dios a todas partes, según el mandamiento de Jesús de amarse uno al otro». Éste era el ideal de Chiara Lubich, que sigue atrayendo a centenares de personas en todo el mundo. Hoy, en el séptimo aniversario del fallecimiento de la fundadora del Movimiento de los Focolares, que fue recordado en todo el mundo y pocos días después de la apertura de su proceso de Beatificación y Canonización. Entrevistamos a Palmira Frizzera, quien la conoció en 1945, e impresionada por el ideal de la “fraternidad Universal”, decidió seguirla. He aquí su testimonio:

«El concepto de la fraternidad universal es precisamente lo que encontré cuando entré al primer focolar, hace casi 70 años: nosotros éramos como hermanas con Chiara pero con un “Maestro”, una guía, que era Jesús en medio nuestro. Jesús que vive donde dos o más están unidos en Su nombre»

¿Con qué objetivo fueron adelante juntas durante tantos años?

«Fuimos adelante sin pensar en nada… Habíamos elegido a Dios como ideal de nuestra vida. Lo queríamos amar, conscientes de que podíamos también morirnos de un momento al otro por causa de los bombardeos. Por lo tanto, tratamos de vivir el Mandamiento de Jesús, el amor recíproco, hasta llegar a la unidad entre nosotros. Lo que yo sentí en mi encuentro con Chiara – y es general en todas sus primeras compañeras- es que había una luz y una novedad…, -en aquella época no la llamábamos “carisma”- que ¡nos generó a una vida totalmente nueva!».

Entonces, ¿fue el amor evangélico entre ustedes, encarnado y comunicado a los demás, lo que generó más adelante todo el Movimiento?

«Chiara ¡nunca pensó en fundar algo! Ahora se dice que Chiara es la fundadora del Movimiento de los Focolares que llegó a todo el mundo. Sin embargo, yo nunca la sentí como una persona que fundaba algo, sino como una persona que daba vida a algo nuevo. Chiara nos decía: “Pero nosotros no queremos fundar nada. Nosotros queremos fundar a Dios en las almas con el amor, llevar el amor a todos lados”. Llevar el mensaje que Jesús nos dejó: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. Esto es lo que llevó a la fraternidad universal».

A partir de enero de este año, Chiara fue declarada Sierva de Dios y comenzó un proceso de Beatificación y Canonización. ¿Qué efecto le produce?

«Siento que Chiara no pertenece sólo a la Iglesia católica: Chiara es también de las otras Iglesias, de las otras religiones, debido a los diálogos abiertos desde los primerísimos tiempos, también con personas que no profesaban ningún credo religioso. Bajo este aspecto, no me gusta restringirla sólo a la Iglesia católica, pero comprendo que esta Beatificación es un gran don para la Iglesia y para todos nosotros»

Las nuevas generaciones que Ud encuentra y que forma, ¿por qué se sienten atraídas por Chiara y por su espiritualidad, después de tanto tiempo y sin haberla conocido?

«Chiara se fue, pero su luz quedó, su carisma permanece. Y es detrás de esto que corren los jóvenes, no detrás de las personas».

Este séptimo aniversario tiene el sello de la política y de cómo la espiritualidad de Chiara se puede vivir en política. En este ámbito, ¿qué nos puede enseñar?

«Nos puede enseñar el arte de amar, de comprender, de escuchar…. Y éste es un punto de unidad con todos: si no se hace así, como alternativa existe sólo la violencia y la guerra».

Fuente: Radio Vaticana

 

En conmemoración de Chiara en las orillas del Bósforo

En conmemoración de Chiara en las orillas del Bósforo

IstanbulEstambul. El Patriarca Bartolomé es el anfitrión en la iglesia ortodoxa de Aya Strati Taksiarhi. La cita involucra a más de cien representantes del mundo ortodoxo y católico, en ocasión del 7° aniversario de la fundadora de los Focolares, Chiara Lubich. Entre otros están presentes los metropolitas Ireneos, Apostolos y Elpidophoros; dos archimandritas, el Padre Vangeli, quien tradujo del griego al turco, y el Gran Archimandrita Vissarion. No faltan el arzobispo de los armenios católicos, Levon Zekiyan y el obispo católico, Louis Pelatre. La lingüista María Caterina Atzori, del Centro de estudios de los Focolari, presenta los textos de Chiara traducidos al griego. El moderador es el periodista Nikos Papachristou de Atenas.

«A lo largo de los siglos, la divina epifanía del Señor se ha manifestado de muchas maneras, para que la humanidad comprendiera las cosas de Dios». Así empezó el Patriarca su discurso, después de haber introducido el encuentro con una oración por Chiara, entonando el himno al Espíritu Santo. «Él no se ha cansado de hacer surgir entre nosotros santos varones y santas mujeres, quienes con su ejemplo, con su amor basado en la filantropía divina y con la palabra inspirada por el Espíritu Santo, siguen impulsando una “metanoia”, una conversión del corazón para toda la humanidad doliente».

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Vídeo: “Atenágoras, Pablo VI y Chiara Lubich”

En su discurso delineó la figura espiritual de Chiara, en calidad de testigo directo de los encuentros entre ella y el Patriarca Atenágoras: «Cómo no reconocer la Sabiduría de Dios en la obra bendita que nuestra hermana Chiara ofreció a nuestras Iglesias, a nuestras Sociedades y a todos los hombres de buena voluntad. Nuestro amado Predecesor (…) la llamaba cariñosamente Tecla, la discípula de Pablo, aquélla que es igual a los apóstoles».

Luego recordó las etapas más importantes del camino de espiritualidad que ella abrió en la iglesia y no sólo: «Chiara respondió al llamado de Dios con docilidad, haciéndose en todo semejante a su Maestro, pero sobre todo dejándose forjar como vasija que ofrece caminos de salvación, con el fin de llevar a todos hacia Cristo. Gastó su vida en la búsqueda de vías de encuentro y diálogo con todos, caracterizada por el profundo respeto hacia toda cultura en la que sabía conducir el camino del encuentro, del conocimiento recíproco y de la colaboración recíproca».

20150327Istanbul«Chiara Lubich empezó su trayectoria de vida, dedicada al Señor, en medio de los sufrimientos de la guerra. En esos sufrimientos revivió a Cristo crucificado y abandonado y comprendió que no hay Resurrección sin pasar a través de la caída. Y el sufrimiento de Cristo se convirtió en su personal sufrimiento, pero nunca en desesperación».

«Su vida se caracterizó por una pasión por la Sagrada Escritura, que en ella se volvió Palabra fundante, viva, exultante. Vivió radicalmente el mandamiento del Señor. “(…) así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn.13,34) hasta contagiar innumerables personas, distintas entre ellas, pero unidas en un ideal concreto de comunión.

Chiara fue siempre hija fiel de su Iglesia. Y en esta participación convencida, sintió el drama de la división, de la imposibilidad de participar al mismo Cáliz.

Percibiendo el grito de dolor por la división, se donó totalmente carisma de la unidad, haciéndose instrumento en las manos de Dios para encontrarse tanto con los jefes de las iglesias como con los simples fieles. Pero no se detuvo ahí: impulsó, exhortó, invitó, propuso encontrar caminos nuevos de comunión».

«Chiara nutría un amor muy especial por la Santa y Divina Eucaristía del Señor. En ella se podía percibir el don de amor de Aquél que se ofreció una vez y para siempre, para atraer al hombre hacia Él. Podríamos afirmar que en ella se forma una consciencia eucarística de la unidad». «Podemos además identificar otro aspecto en la obra de Chiara: la unidad desde la Trinidad, que a través de la Eucaristía, pasa a la familia. (…) Es el lugar en el que puede resplandecer el amor recíproco que une naturalmente a sus miembros. (…). Es en este contexto que la unidad de la familia humana se entrevé en todos sus aspectos, en la sociedad, en la política, en la economía, en el respeto de la obra de Dios por cada uno de nosotros individualmente y en toda su maravillosa creación. El mensaje y la obra de Chiara por tanto, resultan ser cada vez más actuales, sobre todo en el contexto mundial en el que estamos viviendo».

Resulta por lo tanto especialmente grato «el don que el Movimiento de los Focolares ofrece hoy, presentando en idioma griego la obra de Chiara Lubich. Lo acogemos como un don entre hermanos, que seguramente permitirá también al público griego, al fiel greco-ortodoxo, apreciar este maravilloso mensaje de unidad y amor».

Finalmente se dirigió a Chiara pidiéndole que intercediera «para que pueda surgir pronto el alba de un nuevo día para esta humanidad herida y dividida y que los sentimientos por los que ella gastó toda su vida, produzcan abundantes frutos, allá donde hoy no vemos sino tinieblas y martirio de sangre».

 

Marzo 2015

Durante su viaje al norte de Galilea, por los pueblos en torno a la ciudad de Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a sus discípulos qué piensan de él. Pedro confiesa en nombre de todos que él es el Cristo, el Mesías esperado desde hace siglos. Para evitar equívocos, Jesús explica claramente cómo pretende llevar a cabo su misión. Liberará a su pueblo, pero de un modo inesperado, pagando con su persona: deberá sufrir mucho, ser condenado, ejecutado y, al cabo de tres días, resucitar. Pedro no acepta esta visión del Mesías –como tantos otros de su tiempo, se imaginaba una persona que actuaría con poder y fuerza derrotando a los romanos y poniendo a la nación de Israel en el lugar que le correspondía en el mundo– e increpa a Jesús, quien a su vez lo reprende: «¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (cf. 8, 31-33).

Jesús se pone de nuevo en camino, esta vez hacia Jerusalén, donde se cumplirá su destino de muerte y resurrección. Ahora que sus discípulos saben que va para morir, ¿querrán seguir con él? Las condiciones que Jesús pide son claras y exigentes. Convoca a la muchedumbre y a sus discípulos en torno a él y les dice:

«El que quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

Se habían quedado fascinados por él, el Maestro, cuando había pasado por las orillas del lago mientras echaban las redes para pescar o estaban en el mostrador de los impuestos. Sin dudarlo habían dejado barcas, redes, mostrador, padre, madre, casa y familia para ir detrás de él. Lo habían visto hacer milagros y habían oído de él palabras de sabiduría. Hasta aquel momento lo habían seguido llenos de alegría y entusiasmo.

Sin embargo, seguir a Jesús resultaba ser una tarea aún más comprometida. Ahora se veía claramente que significaba compartir plenamente su vida y su destino: el fracaso y la hostilidad, incluso la muerte, ¡y vaya muerte! La más dolorosa, la más infamante, la que estaba reservada a los asesinos y a los delincuentes más despiadados. Una muerte que las Sagradas Escrituras tachaban de «maldita» (cf. Dt 21, 23). Ya solo el nombre de la «cruz» infundía terror, era casi impronunciable. Es la primera vez que esta palabra aparece en el Evangelio. Qué impresión habrá dejado en quienes lo escuchaban.

Ahora que Jesús ha afirmado claramente su identidad, puede mostrar con la misma claridad la de sus discípulos. Si el maestro es el que ama a su pueblo hasta morir por él, cargando con la cruz, también sus discípulos, para serlo, deberán dejar de lado su modo de pensar para compartir totalmente el camino de su maestro, comenzando por la cruz:

«El que quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

Ser cristianos significa ser otros Cristo: tener «los sentimientos propios de Cristo Jesús», el cual «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 5.8); ser crucificados con Cristo, hasta poder decir con Pablo: «no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20); no saber «cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2, 2). Jesús sigue viviendo, muriendo y resucitando en nosotros. Es el deseo y la ambición más grande del cristiano, la que ha forjado grandes santos: ser como el Maestro. Pero ¿cómo seguir a Jesús para llegar a ser así?

El primer paso es «negarse a uno mismo», distanciarme de mi propio modo de pensar. Era el paso que Jesús le había pedido a Pedro cuando le reprochaba que pensase como los hombres y no como Dios. También nosotros, como Pedro, a veces queremos afirmarnos de manera egoísta, o por lo menos siguiendo nuestros criterios. Buscamos el éxito fácil e inmediato, exento de cualquier dificultad, miramos con envidia a los que prosperan, soñamos con tener una familia unida y con construir en torno a nosotros una sociedad fraterna y una comunidad cristiana sin tener que pagar caro por ello.

Negarse a uno mismo significa entrar en el modo de pensar de Dios, el que Jesús nos indicó con su modo de actuar: la lógica del grano de trigo, que debe morir para dar fruto, de encontrar más alegría en dar que en recibir, de ofrecer la vida por amor; en una palabra, de cargar cada uno con su cruz.

«El que quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».

La cruz –la de «cada día», como dice el Evangelio de Lucas (9, 23)– puede tener mil caras: una enfermedad, el quedarse sin trabajo, la incapacidad de gestionar los problemas familiares o profesionales, la sensación de fracaso por no saber crear relaciones auténticas, la sensación de impotencia ante los grandes conflictos mundiales, la indignación por los repetidos escándalos en nuestra sociedad… La cruz no hay que buscarla; nos sale al encuentro por sí sola, y precisamente cuando menos lo esperamos y de un modo que nunca nos habríamos imaginado.

Jesús nos invita a «cargar» con ella en lugar de sufrirla con resignación como un mal inevitable, de dejar que nos caiga encima y nos aplaste, o incluso de soportarla de modo sereno y desprendido. Más vale acogerla como un modo de compartir su cruz, como posibilidad de ser sus discípulos incluso en esa situación y de vivir en comunión con él también en ese dolor, porque él fue el primero en compartir nuestra cruz. Porque cuando Jesús cargó con la cruz, con ella tomó sobre sus hombros todas nuestras cruces. En cualquier dolor, tenga el rostro que tenga, podemos, pues, encontrar a Jesús, que ya lo ha hecho suyo.

Así ve Igino Giordani la inversión del papel de Simón de Cirene, que lleva la cruz de Jesús: la cruz «pesa menos si Jesús hace de Cireneo con nosotros». Y pesa aún menos, continúa, si la llevamos juntos. «Una cruz llevada por una criatura, al final aplasta; llevada juntos por varias criaturas teniendo en medio a Jesús o tomando como Cireneo a Jesús, se vuelve ligera: yugo suave. Una escalada en cordada, entre muchos, concordes, se convierte en una fiesta, y a la vez procura una ascensión»[1].

Así pues, tomar la cruz para llevarla con él, sabiendo que no la llevamos solos porque él la lleva con nosotros, es relación, es pertenencia a Jesús, hasta la plena comunión con él, hasta convertirnos en otros él. Así es como seguimos a Jesús y nos convertimos en auténticos discípulos. Entonces la cruz será de verdad para nosotros, como para Cristo, «fuerza de Dios» (1 Co 1, 18), camino de resurrección. Encontraremos la fuerza en cada debilidad, la luz en cada oscuridad, la vida en cada muerte, porque encontraremos a Jesús.

Fabio Ciardi

 

[1] I. Giordani, La divvina aventura, Città Nuova, Roma 1966, pp. 149ss.

Chiara Lubich: «No existe una parte de la vida que sea indigna de ser vivida»

Centro Chiara Lubich – Video (en italiano)

«Si nosotros ponemos a la base de las leyes o de las iniciativas sociales la mentalidad de irrespeto al que sufre, al incapacitado, al anciano, poco a poco creamos una falsa sociedad, porque damos importancia solamente a algunos valores, como la salud física, la fuerza, la productividad exasperada, el poder y alteramos el fin por el que vive un Estado, que es el bien del hombre y de la sociedad.

La salud, como se sabe, es un don precioso que es necesario salvaguardar.

Por eso, es necesario hacer de manera que nuestro físico y el de nuestros hermanos se nutra, descanse, no se exponga a enfermedades, a accidentes, a un deporte exagerado.

También el cuerpo, de hecho, es importante para un cristiano.

Pero, si la integridad del cuerpo estuviese en peligro, tenemos que recordar que hay una Vida que no está condicionada por nuestro estado de salud, sino por el amor sobrenatural que arde en nuestro corazón.

Y esta Vida superior es la que da valor a la vida física también durante la enfermedad.

De hecho, si las enfermedades se consideran sólo bajo el punto de vista humano sólo se pueden definir como desgracias. Pero si se miran con la perspectiva cristiana, vemos que son pruebas en las que nos entrenamos para la gran prueba que nos espera cuando debamos afrontar el paso a la Otra vida.

¿No ha dicho recientemente el Santo Padre que las enfermedades son ejercicios espirituales que Dios mismo nos predica?

Los enfermos tienen mayor fortuna, de otro tipo, que los demás.

La Iglesia, en ascética y mística, habla de las enfermedades no sólo como de algo que pertenece al campo de la Medicina, sino como purificaciones que Dios envía, por lo tanto, como peldaños hacia la unión con Dios.

La fe nos dice, además, que el hombre en las enfermedades participa de los sufrimientos de Cristo. Es, pues, otro Cristo crucificado que puede ofrecer su sufrimiento por lo que más vale: la salvación eterna de los hombres.

Nosotros, en el torbellino del trabajo y de la vida cotidiana a veces nos vemos tentados de considerar a las personas que sufren sólo como casos marginales a los que hay que ayudar para que superen rápidamente la enfermedad y vuelvan pronto a la actividad y no pensamos que ellos son, desde ahora, los que más pueden hacer y obrar.

Pero los enfermos son capaces de desarrollar bien su función en favor de la humanidad, si se sienten comprendidos y amados. Con el amor se les podrá ayudar a dar un significado a su estado, a ser conscientes de lo que ellos representan.

Y lo que vale para los enfermos, vale para los discapacitados. También el que tiene una incapacidad de cualquier tipo necesita amor.

Siente la exigencia de ser reconocido por el valor que tiene su vida: sagrada como cualquier otra vida, con toda la dignidad que de ello deriva. Necesita ser considerado como una persona que ha de vivir lo más posible conviviendo normalmente entre los demás hombres.

¿Y que podemos decir de los ancianos?

Toda vida necesita amor. También los ancianos necesitan amor.

Hoy en día, los ancianos constituyen incluso un problema, porque se nota un gran aumento de personas de edad avanzada, debido a que se prolonga el nivel medio de la vida.

Se advierte así que en la sociedad se tiende a marginar a los ancianos, a considerarlos, porque no producen, una carga social. Se habla de los ancianos como si fueran una categoría en sí, casi como si no se tratase de hombres.

Después, en los mismos ancianos, al desgaste físico acompaña, a menudo, un grave malestar psicológico: sentirse superados.

Hace falta volver a dar esperanza a los ancianos.

La vejez no es otra cosa que la tercera etapa de la existencia. La vida que nace, la vida que crece, la vida que declina no son sino tres aspectos del misterio de la existencia que proviene de Dios-Amor.

En ciertos países asiáticos y africanos el anciano es valorizado porque se le considera un maestro de vida, porque posee la sabiduría.

El anciano, efectivamente, es una persona que pone de relieve lo esencial, lo más importante. Recordemos lo que se dice de San Juan Evangelista que con más de 80 años, cuando visitaba las comunidades cristianas y le preguntaban cuál había sido el mensaje de Jesús, siempre respondía: “Amaos recíprocamente”, como si no tuviese nada más que añadir. Pero con esta frase verdaderamente centraba el pensamiento de Cristo.

Privarse de los ancianos es privarse de un patrimonio.

Es necesario valorizarlos, amándolos. Y valorizarlos también cuando están enfermos, incluso de gravedad; cuando humanamente no existen esperanzas y la necesidad de asistencia es más exigente.

Ante Dios no existe vida, ni hay etapa de la vida, que sea indigna de ser vivida».

 

 

 

[:it]Chiara Lubich: «Non c’è porzione di vita indegna di essere vissuta»

[:it]Chiara Lubich: «Non c’è porzione di vita indegna di essere vissuta»

20140211ChiaraLubich1986

«Si nosotros ponemos a la base de las leyes o de las iniciativas sociales la mentalidad de irrespeto al que sufre, al incapacitado, al anciano, poco a poco creamos una falsa sociedad, porque damos importancia solamente a algunos valores, como la salud física, la fuerza, la productividad exasperada, el poder y alteramos el fin por el que vive un Estado, que es el bien del hombre y de la sociedad.

La salud, como se sabe, es un don precioso que es necesario salvaguardar.

Por eso, es necesario hacer de manera que nuestro físico y el de nuestros hermanos se nutra, descanse, no se exponga a enfermedades, a accidentes, a un deporte exagerado.

También el cuerpo, de hecho, es importante para un cristiano.

Pero, si la integridad del cuerpo estuviese en peligro, tenemos que recordar que hay una Vida que no está condicionada por nuestro estado de salud, sino por el amor sobrenatural que arde en nuestro corazón.

Y esta Vida superior es la que da valor a la vida física también durante la enfermedad.

De hecho, si las enfermedades se consideran sólo bajo el punto de vista humano sólo se pueden definir como desgracias. Pero si se miran con la perspectiva cristiana, vemos que son pruebas en las que nos entrenamos para la gran prueba que nos espera cuando debamos afrontar el paso a la Otra vida.

¿No ha dicho recientemente el Santo Padre que las enfermedades son ejercicios espirituales que Dios mismo nos predica?

Los enfermos tienen mayor fortuna, de otro tipo, que los demás.

La Iglesia, en ascética y mística, habla de las enfermedades no sólo como de algo que pertenece al campo de la Medicina, sino como purificaciones que Dios envía, por lo tanto, como peldaños hacia la unión con Dios.

La fe nos dice, además, que el hombre en las enfermedades participa de los sufrimientos de Cristo. Es, pues, otro Cristo crucificado que puede ofrecer su sufrimiento por lo que más vale: la salvación eterna de los hombres.

Nosotros, en el torbellino del trabajo y de la vida cotidiana a veces nos vemos tentados de considerar a las personas que sufren sólo como casos marginales a los que hay que ayudar para que superen rápidamente la enfermedad y vuelvan pronto a la actividad y no pensamos que ellos son, desde ahora, los que más pueden hacer y obrar.

Pero los enfermos son capaces de desarrollar bien su función en favor de la humanidad, si se sienten comprendidos y amados. Con el amor se les podrá ayudar a dar un significado a su estado, a ser conscientes de lo que ellos representan.

Y lo que vale para los enfermos, vale para los discapacitados. También el que tiene una incapacidad de cualquier tipo necesita amor.

Siente la exigencia de ser reconocido por el valor que tiene su vida: sagrada como cualquier otra vida, con toda la dignidad que de ello deriva. Necesita ser considerado como una persona que ha de vivir lo más posible conviviendo normalmente entre los demás hombres.

¿Y que podemos decir de los ancianos?

Toda vida necesita amor. También los ancianos necesitan amor.

Hoy en día, los ancianos constituyen incluso un problema, porque se nota un gran aumento de personas de edad avanzada, debido a que se prolonga el nivel medio de la vida.

Se advierte así que en la sociedad se tiende a marginar a los ancianos, a considerarlos, porque no producen, una carga social. Se habla de los ancianos como si fueran una categoría en sí, casi como si no se tratase de hombres.

Después, en los mismos ancianos, al desgaste físico acompaña, a menudo, un grave malestar psicológico: sentirse superados.

Hace falta volver a dar esperanza a los ancianos.

La vejez no es otra cosa que la tercera etapa de la existencia. La vida que nace, la vida que crece, la vida que declina no son sino tres aspectos del misterio de la existencia que proviene de Dios-Amor.

En ciertos países asiáticos y africanos el anciano es valorizado porque se le considera un maestro de vida, porque posee la sabiduría.

El anciano, efectivamente, es una persona que pone de relieve lo esencial, lo más importante. Recordemos lo que se dice de San Juan Evangelista que con más de 80 años, cuando visitaba las comunidades cristianas y le preguntaban cuál había sido el mensaje de Jesús, siempre respondía: “Amaos recíprocamente”, como si no tuviese nada más que añadir. Pero con esta frase verdaderamente centraba el pensamiento de Cristo.

Privarse de los ancianos es privarse de un patrimonio.

Es necesario valorizarlos, amándolos. Y valorizarlos también cuando están enfermos, incluso de gravedad; cuando humanamente no existen esperanzas y la necesidad de asistencia es más exigente.

Ante Dios no existe vida, ni hay etapa de la vida, que sea indigna de ser vivida».

 

Centro Chiara Lubich

Video (en italiano)